Uno de los indicadores más relevantes al momento de observar el desarrollo de los países, asociado al estado socioeconómico y cultural, es la mortalidad infantil, razón por la cual ese indicador es seguido muy de cerca por las instituciones, las directamente involucradas en salud, como así mismo por los organismos del Estado, para la generación de adecuadas políticas públicas.
En sentido estricto, la Tasa de Mortalidad Infantil (TMI), es una variable demográfica que indica el número de niños menores de un año de edad fallecidos a lo largo de un periodo de tiempo determinado. Esa situación es expresada como tasa o índice, es decir, la proporción entre el número de niños menores de un año fallecidos en el curso de un año y el número de nacimientos vivos durante el mismo año.
En este indicador el progreso de Chile ha sido muy importante a partir de una realidad extremadamente negativa, en los primeros quince años del siglo pasado, la mortalidad infantil tenía dimensiones inaceptablemente altas; casi 300 de cada 1.000 niños morían antes de cumplir el primer año de vida, en 1940 todavía eran muy elevadas, del orden 100 por mil nacidos vivos. Desde la década de los setenta, como resultado de eficientes medidas en el campo de la atención de la salud materno- infantil, la tasa de mortalidad infantil disminuyó al 57 por mil.
En un reciente informe de Unicef sobre mortalidad infantil, se da a conocer que en 20 años Chile ha reducido este índice en más de la mitad. Efectivamente, la tasa de fallecidos antes de los cinco años pasó de 19 casos por cada mil nacidos vivos en 1990, a ocho en 2013. Incluso, entre los menores de un mes, Chile posee la tasa de mortalidad más baja de Sudamérica, cinco por cada mil nacidos. En la comunidad mundial, de entre 194 países, en orden de más alta a menor tasa de mortalidad, Chile ocupa el lugar 146, estando Angola en el primer lugar con 167 niños que mueren antes de cumplir cinco años.
Son cifras halagüeñas, pero no debe dejar de observarse una situación que requiere de continuada preocupación. Una publicación de 2015 del Departamento de Economía de la Universidad de Chile, la pone en el debido relieve: “Mortalidad infantil en Chile: un indicador de desigualdad del sistema de salud”, revela que, si bien es cierto, la media de TMI en menores de un año se mantuvo estable, en torno a 7,2 por 1.000 nacidos vivos, su desigualdad ha aumentado, hay cifras menos buenas en la población vulnerable.
Se señala en el estudio varios factores que podrían explicar esta diferencia; bajo nivel socio económico, menor nivel educacional de la población, menor inversión en salud municipal y mayor distancia al hospital base, características comunales que se asocian significativa y negativamente a mortalidad infantil, lo cual delata, según las conclusiones del estudio, la persistencia en Chile de una desigualdad de oportunidades básicas en salud. Los resultados del estudio parecen indicar que las políticas de gasto público en atención primaria en la última década no han sido suficientemente correctivas para enfrentar los niveles de desigualdad estructural, pudiendo incluso estar contribuyendo a profundizarla.
Es evidente que hay varios frentes involucrados en el propósito de disminuir equitativamente los índices, pero por sobre todo es evidente que todavía no hay espacio para la complacencia.