A pesar de enormes progresos en otras áreas del desarrollo productivo, el cobre sigue siendo la viga maestra de nuestra estabilidad económica. Por lo mismo, los asuntos relativos a la producción de ese metal son parte del ADN de Chile, están presentes en la vida cotidiana, como un termómetro que mide la temperatura del desarrollo nacional.
De hecho, el cobre es señalado como un indicador confiable de la economía mundial, entre especialistas, en la permanente lucha por intuir hacia donde se dirige el inasible mundo de la economía. El precio del cobre ha sido siempre un aliado útil, ya que es un material empleado en toda suerte de procesos industriales, vivienda aeronaves, barcos, construcción , electricidad, lista de larga extensión que resulta útil en una multiplicidad de ámbitos, incluyendo la tecnología más avanzada.
Por lo tanto, si hay malas noticias para el cobre, hay malas noticias para el mundo entero. Las hay, y muy preocupantes para nuestro país, el mayor productor del cobre en el mundo. En consecuencia a su importancia, el precio internacional del metal se fija en la Bolsa de Metales de Londres, docenas de representantes de los más grandes conglomerados financieros deciden diariamente, en ruedas de negociación, el precio de los 19,8 millones de toneladas de cobre que se producen al año en el mundo.
En los últimos días, un tanto opacado por otros asuntos de la coyuntura nacional, como posibles reformas y los pronósticos y vaticinios relativos a la estabilidad de ministros, ha pasado a un segundo plano la peor de las noticias: la baja notable del precio del cobre en julio de 2018.
Como se suele repetir, pese a la vigorosa transformación y modernización de la economía chilena en las últimas cuatro décadas, el cobre sigue representando cerca del 52% de sus exportaciones, poniendo en el mercado 5,7 millones de toneladas del mineral al año. Es entonces de fácil comprensión el impacto de la baja de precio de la libra de cobre, en los últimos días bajo a US$2,83 la libra, con oscilaciones a US$2,75.
También estas cifras suelen ser familiares; el reiterado cálculo de que por cada centavo de dólar promedio anual que cae el precio del cobre, Chile pierde cerca de US$128 millones por concepto de exportaciones, con su inmediata repercusión en deterioro de la tributación y disminución del poder adquisitivo de la nación en su conjunto.
Un aspecto es particularmente grave para la minería chilena: la pérdida de competitividad de esta industria, ya que el costo de producción promedio del cobre es de US$ 2,5 la libra, o sea casi lo mismo que el valor al cual se cotiza actualmente. En términos cotidianos, un negocio de muy poca ganancia, al borde de la pérdida. El cobre sigue siendo gran parte del sueldo de Chile, si disminuye el sueldo es obligatorio restructurar el plan que teníamos para vivir, ya que en condición de menos riqueza, aparece un llamado a la mesura, a la austeridad y sobre todo a una reflexión profunda sobre el orden de prioridades.
Es un nuevo elemento, nada de despreciable, para poner resguardos al costo de las iniciativas que se están propulsando. En estados de solvencia, hay algún margen de tolerancia a los errores, en condiciones de estrechez, la imprudencia sería imperdonable.