Es posible pensar que nuestro país esté sufriendo los dolores asociados al proceso de crecer, más agudos mientras más rápido sea ese proceso, que no da pausa para la consolidación del avance reciente, ante la velocidad del paso que sigue, una dinámica que para muchas personas resulta en una aceleración caótica, desconcertante, que se asemeja a la pérdida de control, problemas de naturaleza anímica, por ejemplo, o psicológica, que resultan en conductas riesgosas, como consumo de drogas para enfrentar desafíos considerados extremos, o trastornos mentales a consecuencia de un entorno que sobrepasa d la capacidad de adaptación.
Una manifestación extrema de estas patologías es elegir el suicidio como la única salida posible ante problemas que para la persona resultan insolubles. No es una situación hipotética ni lejana, el suicidio es un problema que Chile de resiste a reconocer, a pesar que las cifras son elocuentes. La Ocde indica que es el segundo de los países miembros, después de Corea, donde más ha aumentado la tasa de suicidios, que hoy llega a 10,6 por cada 100 mil habitantes. Según los últimos datos de la OMS, entre los países de Sudamérica, nuestro país ocupa el quinto lugar, solo superado por Guyana, Surinam, Uruguay y Bolivia.
Darnos por enterados parece ser complejo, aun con la evidencia mostrada por la Encuesta Nacional de Salud 2016-2017; el 2,2% de la población nacional ha pensado seriamente en quitarse la vida en los últimos 12 meses. El 15,8% de los chilenos tiene sospecha de sufrir depresión en el último año. Tres de cada 100 personas de entre 45 y 54 años ha hecho alguna vez un plan para suicidarse en el último año, y cinco personas se quitan la vida diariamente en Chile.
La advertencia es clara, se trata de un problema de salud pública a nivel mundial. Compete a todo el planeta, según los expertos, se está en sociedades donde el suicidio se ha ido instalando y creciendo. “El suicidio es uno de los grandes problemas de esta era, en tanto que las promesas de progreso de nuestro tiempo, en que el avance de la ciencia, la tecnología y el aumento material de un porcentaje enorme de la población mundial, por algún motivo, no se traduce en menos suicidios”, según la expresión de una de ellos.
El Programa Nacional de Prevención del Suicidio ha hecho bastante para reducir las tasas, en los Cesfam hay psicólogos, médicos y otros profesionales que se ocupan específicamente de la salud mental, aun así no es suficiente, se está lejos de las tasas de los años 90, con un mínimo de 5,8 por cada 100 mil habitantes de 1992 y del máximo de 8,2 en 1998.
Los jóvenes son un grupo que preocupa especialmente, según Departamento de Estadísticas e Información de Salud del Minsal, cerca del 2% del total de muertes en Chile ocurre por suicidio, el que ocupa el 6° lugar entre las causas de muerte al año 2015. Sin embargo, al igual que en el conjunto de países del mundo, en adolescentes este ocupa el segundo lugar de mortalidad después de los accidentes y violencias no autoinfligidas.
Hay conceptos que robustecer, la familia, los amigos, la sociedad en general, tienen que desestigmatizar el tratamiento de salud mental, la enfermedad mental puede y debe tratarse, no siempre es posible salir adelante por la propia cuenta, como si fuera un tema de voluntad. Para empezar hay que enfrentarla en el círculo más cercano de la familia, aprender a cuidar a los nuestros.