Si hay un concepto de base en el cual prácticamente todo ciudadano chileno esté de acuerdo es que la educación es la mejor herramienta de progreso, para este país en particular y para cada uno de sus habitantes. Lamentablemente esa idea poderosa ha probado ser de extrema debilidad en la práctica, si no se logra matizar estos datos, todo el andamiaje de las reformas educacionales tendría que ser cuidadosamente reevaluado.
Efectivamente, en un reciente informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde), se concluye crudamente que los niños de familias de bajos recursos en Chile demoran seis generaciones en alcanzar ingreso medio, esto quiere decir, si se acepta el concepto de genealogía que considera que una generación abarca un lapso de 25 años, para que una familia salga de la pobreza se requiere de 150 años, un lapso que equivale a tres cuartas partes de la historia de Chile independiente.
El informe aludido, que se titula “¿Un elevador social descompuesto? Cómo promover la movilidad social”, (Ocde), evalúa sus cifras para concluir que universalmente, luego de que la desigualdad de los ingresos aumentara a partir de los años noventa, la movilidad social se estancó. En términos concretos el resultado de esta situación es que menos personas de la parte inferior de la pirámide social han podido ascender, mientras los más ricos han mantenido sus altos niveles de ingreso.
El escenario descrito por la Ocde para el mundo se asemeja bastante a la realidad que experimenta la sociedad chilena -al calcular la brecha de seis generaciones- por sobre la media de los países integrantes de dicha organización, que tardarían 4,5 generaciones. A título de ejemplo, se alude la situación de los países nórdicos, en ellos, los niños de una familia de menos recursos pueden demorar de dos a tres generaciones, en fuerte contraste los países emergentes, en los cuales este cambio puede tomar nueve o más.
Como una marca que aparece temprano en este tipo de análisis, la inequidad se hace presente de modos indirectos, de esa manera, el nivel de educación de los padres se asocia a las posibilidades de salir adelante, el 54% de los chilenos cree que es importante tener padres educados para tener éxito en mejorar su situación socioeconómica, una percepción que es más pronunciada que en otros países, ya que en promedio, en la Ocde un 37% estuvo de acuerdo con dicha afirmación.
El estudio encuentra una relación similar, así, el porcentaje de hijos de padres de bajos ingresos que terminan percibiendo, a su vez, bajos ingresos es de 25% y en sentido contrario el 39% de los niños cuyos padres tienen altos ingresos también llegan a percibir altas remuneraciones a lo largo de su vida.
Las estadísticas nacionales se han ufanado mostrando los altos índices de escolaridad de los jóvenes chilenos, ya que en una década se duplicó el número de estudiantes en la educación superior, que en la actualidad alcanza a más de 1.200.000. Es obvio que hay elementos faltantes para que la educación mejore su impacto, puede ser la calidad, un tanto desplazada por el enfoque en financiamiento, pero también por la limitada vinculación con el mercado laboral, ya sea por la capacitación, que podría ser inadecuada, o por que la cantidad de egresados no se compadece con las reales demandas, en cualquier caso una evidencia que los solos números no bastan.