La idea predominante es que la juventud no tiene problemas de salud, joven y sano, parece ser una condición naturalmente asociada, sin embargo, la verdad más estricta es que la juventud puede ser menos sana de lo que aparenta, especialmente en el mundo contemporáneo, que ha cambiado el escenario haciéndolo decididamente más hostil para una persona joven que busca su propia identidad y su lugar en la sociedad.
Por esa tendencia facilitadora de perder la visión de conjunto, se pierde también la oportunidad de enfrentar los problemas en el contexto de sus propias y básicas causas, así ocurre con la apreciación de la salud de los adolescentes chilenos, cuyos problemas se han invisibilizado ante énfasis de situaciones predominantes en los medios, actualmente VIH, asunto que asumió la prioridad en la polémica por las cifras de muerte y de portadores.
Si bien es cierto es muy positivo que el Ministerio de Salud se comprometa a fortalecer el Plan Nacional de VIH/Sida, esa situación no debe opacar la existencia de otro cuadro patológico aún de mayor importancia y que suele tratarse oblicuamente, ante el temor de la alarma o el oprobio, como es el caso del suicidio juvenil, el hecho escueto es que las muertes por esta causa triplican a las por VIH.
El suicidio fue la principal causa de mortalidad entre los jóvenes de 15 a 19 años de ambos sexos en los países de ingresos altos, según informaciones de la Unicef en un reciente informe, donde Chile ocupa uno de los primeros lugares al tener una tasa de jóvenes que se quitan la vida de 10,3 por 100 mil personas, cuando el promedio de los países OCDE y la Unión Europea es cercano al 6 por cien mil.
En un informe de abril del año pasado, se indica que la tasa de suicidio en Chile ha experimentado un preocupante aumento, sobre todo en la Región de Antofagasta, que lidera las cifras de suicidio en menores de 14 años, de esa manera 4,6 jóvenes de entre 10 y 14 años -por cada 100 mil menores- se quitaron la vida, sólo superadas por la Región del Maule que promedia 5,5 muertes por cada 100 mil menores, en nuestra región la tasa es bastante inferior, 1,4 menores de catorce años muere por suicidio.
No son estas dos situaciones las únicas que deberían motivar mayor cuidado a la salud de los jóvenes, los cambios que tienen lugar en la adolescencia inciden en todas las enfermedades y comportamientos relacionados con la salud; son los causantes de la transición epidemiológica que se produce de las enfermedades infecciosas a las afecciones no transmisibles en la segunda década de vida.
Además, por encontrarse durante esta etapa de la vida, en plena etapa de maduración una serie de órganos y sistemas, como las enfermedades crónicas, cuadros depresivos, conflictos de interacción social, consumo de alcohol y drogas, entre otras condiciones que, por lo general, escapan a los diagnósticos, afectan al desarrollo físico y cognitivo. La evolución de las capacidades de los adolescentes afecta a cómo piensan estos sobre su salud y sobre su futuro e influye en sus decisiones y acciones.
El paradigma predominante de ausencia de patologías en la adolescencia contrasta con la frecuencia de problemas como los descritos, debería haber sobre el particular, tanto en las familias como en los sistemas de salud, una mirada más cercana para prevenir la ocurrencia de situaciones que de otro modo podrían pasar lamentablemente inadvertidas.