Es poco menos que un lugar común concluir que la tarea del profesor es crítica a la hora de evaluar los aprendizajes de sus estudiantes, una declaración que para efectos prácticos resulta de tal ambigüedad que impide implementar medidas efectivas, ya que la dificultad reside en ubicar qué parte o qué característica de la tarea del profesor resulta de mayor impacto y por lo tanto podría explicar cambios positivos en el alumnado.
En general, se describe a los profesores como eficientes si tales cambios positivos resultan evidentes. Mediante esa observación se ha podido aislar las características conductuales de los maestros que más se asocian a los buenos resultados. Una de las más importantes parece ser la confianza en la capacidad de sus alumnos lo que define a los profesores más efectivos, aquellos que logran que sus alumnos aprendan y se sientan motivados por ir a clases. La clave está en que son personas pacientes, compasivas y con una fuerte convicción-en las palabras de uno de ellos, -del poder transformador de la educación.
La Fundación Varkey, una organización cuyo objetivo es mejorar los estándares de educación para niños de escasos recursos en todo el mundo, ha establecido el Global Teacher Prize, que tiene como propósito elevar la importancia de los educadores y el reconocimiento internacional de sus esfuerzos y logros. Anualmente, entrega un premio de un millón de dólares a un docente excepcional, por su importante contribución a la profesión, este año el premio recayó en una profesora de arte, la británica Andria Zafirakou, trabajando en una escuela con niños migrantes.
En 2017 se presentaron tres mil nominaciones de 173 países, de las cuales la Fundación seleccionó a los 50 mejores especialistas, entre ellos una chilena, a mayor abundamiento, de nuestra región, la profesora de Lenguaje Marcela Henríquez, del Liceo Polivalente Carlos Montané Castro, de Quirihue, quien asistió invitada a la ceremonia de premiación a mediados del mes pasado en Dubái, Emiratos Árabes, en ella la Fundación destaca su manera creativa y original de fomentar el amor por la lectura a jóvenes de la enseñanza media.
En un estudio realizado recientemente, mediante encuesta a los profesores seleccionados por la Fundación, se observa que tienen grandes competencias socioemocionales, como empatía, perseverancia y paciencia. Además, tienen una sobresaliente motivación para educar, según uno de los investigadores, su fuerza deriva de su firme creencia de que pueden cambiar las vidas de los estudiantes con los que trabajan, abriéndoles oportunidades que sin ellos no existirían. Confían en los niños y buscan establecer un vínculo emocional y no solo centrado en el aprendizaje formal de sus alumnos, por lo que están dispuestos a innovar en la sala de clases.
Si se trata de sacar adelante a niños de contextos desaventajados, cuando se les pide nombrar cuál creen ellos que es la práctica docente más efectiva, el 47% de los profesores dice que es hacer que los niños crean en su potencial así, un 86% está de acuerdo con la afirmación de que la inteligencia no es un don fijo.
No se ha mencionado la vocación, ese impulso que llevó a una profesora de avanzada carrera académica, como Marcela Henríquez, a optar por un liceo de pueblo en vez de otras más promisorias y mejor remuneradas opciones. Precisamente, la entrega a la prioritaria misión de educar a los niños.