A los pocos minutos de conocerse el resultado de la elección presidencial, Chile mostró, una vez más, su vocación republicana, para explícito asombro de países que en circunstancias similares ingresan a convulsivos ciclos de litigios y discusiones, el candidato derrotado saludó con evidente sinceridad a su contendiente triunfante, la Presidenta de la República de Chile, comparte un desayuno al día siguiente con su sucesor y el país entero observa cómo se empieza a programar el cambio de mando, la tranquilidad del pueblo chileno es tal que ni siquiera llama la atención del ciudadano medio, acostumbrado a un proceder de esa naturaleza, como una de las más consagradas tradiciones de nuestra democracia.
Ha terminado el ciclo protocolar de buenas maneras, se instala el nuevo Gobierno, el cual tiene ante sí una enorme responsabilidad, la de las expectativas, robustecidas con el rápido mejoramiento de los indicadores económicos al momento de haber sido elegido el candidato de Chile Vamos, y enfrentar los compromisos de una herencia repleta de ruidos, de reformas indispensables para el país pero con falencias y tareas pendientes, con la obligación de llevar adelante sentidas aspiraciones sociales, con las dificultades de iniciativas desprolijas que, aunque bien intencionadas, comprometen recursos que dejan otras necesidades en situación precaria, aun considerando su primera prioridad.
Con una suerte de disparo parto, con el debatible mérito de Gobernar hasta el último día, concepto que amerita mayor reflexión, hasta último minuto, el Gobierno saliente mantuvo su dinámica de lanzar proyectos, no importando cuán complejos, al poder legislativo, del todo superado por la magnitud de las tareas necesarias para materializarlos. Un modo de hacer que llegó a ser característico, ignorar los tiempos y los resguardos para no faltar a un convencimiento ideológico, por sobre toda otra consideración.
La democracia chilena ha sido lo suficientemente eficaz para introducir los cambios que parecen ser necesario introducir. Si las propuestas y los modos hubieran tenido el respaldo que el Gobierno saliente reclamó como base de soporte para las reformas, el resultado de la votación habría sido diferente, en este caso, la ciudadanía ha optado por la alternancia del poder, el camino que la experiencia histórica mundial ha demostrado con absoluta claridad como el único camino para asegurar el desarrollo, la estabilidad y la supervivencia de un sistema político-institucional.
La salud de nuestra democracia está a salvo si se asegura la existencia de dos o más fuerzas partidarias de signo diferente que sean capaces de alternarse en el ejercicio del Gobierno y que compartan de manera natural los proyectos y objetivos estratégicos de largo plazo propios de la comunidad nacional.
Todo el pueblo de Chile debe desear que al Gobierno le vaya bien, en beneficio, no del oficialismo ni de oposición, sino de todos los chilenos. Esperan los niños vulnerables, los pobres, los marginados, la clase media, las regiones, a partir de este día rige la promesa de los programas de campaña, la que movió a la ciudadanía a votar por Sebastián Piñera. Se espera que el desarrollo alcance a todos, que regrese la confianza y el respeto a las instituciones, se espera, de igual modo, el compromiso de todos, gobernantes y gobernados. Chile espera.