Después de varias intentonas previas, durante los primeros días de febrero de 1550, Pedro de Valdivia ordenó levantar campamento no muy lejos de donde pretendía fundar Concepción. No alcanzaron a ponerse muy cómodos, cuando, en la noche del 22 de febrero, los expedicionarios fueron atacados por mapuches del lugar; unos 20 mil, habría dicho don Pedro, sin duda poniendo un poco de color frente al cronista.
Ese ataque debió haberle dado alguna pista de las dificultades que vendrían para la ciudad que finalmente terminaría fundando en octubre de ese año… En efecto, en los próximos 468 años, Concepción sería destruida, reconstruida y vuelta a destruir en innumerables oportunidades, no sólo por la mano del hombre, sino también por la irresistible fuerza de la naturaleza, que cada cierto tiempo se encargaría de sacudir la zona con terremotos, tsunamis, inundaciones y otras grandes calamidades.
Pero don Pedro, que no era adivino, sólo podía ver un futuro promisorio. No podemos decir que se equivocara. Sus cartas al rey Carlos V son un valiosísimo testimonio que da cuenta de la profunda impresión que le provocó esta zona donde los bosques y los ríos se encuentran con el mar: “Yo fui a mirar (…) legua y media atrás del río grande que digo de Bío Bío: en el puerto y bahía, el mejor que hay en Indias; y un río grande por cabo que entra en el mar, de la mejor pesquería del mundo, de mucha sardina, céfalos, tuninas, merluzas, lampreas, lenguados y otros mil géneros de pescados, y por la otra, otro riachuelo pequeño, que corre todo el año, de muy delgada y clara agua”.
Por medio de un vívido –y a ratos exagerado- relato en que cuenta sobre la abundancia del ganado, los ricos lavaderos de oro, las tierras llanas, las costas apacibles, la madera abundante y la belleza del paisaje, el conquistador intenta impresionar al monarca más poderoso del planeta. No hay animales salvajes, “raposas, lobos y otras sabandijas” que puedan estropear la conquista, le refiere, con el fin de que le conceda al nuevo asentamiento el reconocimiento de ciudad.
468 años han pasado desde entonces y el Gran Concepción, con sus atrasos, postergaciones y calamidades, sigue siendo una promesa. Si hoy Valdivia pudiera escribirle una nueva carta al Rey, sin duda le contaría cómo ha crecido nuestra ciudad, cómo se han multiplicado las inversiones; cómo han surgido nuevas empresas y emprendimientos; cómo avanza el desarrollo inmobiliario, cómo se construyen ciclovías y se abren las fronteras comerciales con Asia.
Se detendría en las universidades, la vida académica y a su determinante impulso al desarrollo de ciencia, tecnología y pensamiento. Diría que la gente no demora mucho de sus casas al trabajo, que no hay graves problemas de delincuencia y que la lluvia es copiosa, pero no lo suficiente para detener la recreación, el deporte y la cultura.
Diría que Concepción tiene carencias, pero que éstas se compensan cada atardecer, cuando el sol se pone en dirección al mar y el río se ilumina, acompañado por esas gruesas nubes blancas que tan bien combinan con el intenso celeste de nuestro cielo.
Confesaría que, si bien nuestra ciudad no es rica en patrimonio arquitectónico, sí es dueña de una herencia intangible muy potente: la de una urbe que a pesar de haber sido destruida en innumerables ocasiones por la mano del hombre y de la naturaleza, siempre ha sabido levantarse con dignidad.
Diría finalmente que existe una simbiosis entre nuestra tierra y su gente, el espíritu indomable de los mapuches originarios y la porfía de los colonos españoles que a pesar de tanto infortunio, nunca abandonaron Concepción.
Y si don Pedro nos leyera en voz alta su nueva carta, tal vez diríamos que exagera, pero que no miente.