Es necesario confiar, que nuestros dirigentes políticos y los grandes actores del acontecer nacional tengan una base elemental de decencia, que pueden ser respetuosamente considerados como personas de bien. Si no fuera posible dar eso por establecido, la situación sería a lo menos alarmante. Como no es razonable, menos en esta época, opinar en términos absolutos, si se podría replantear la conclusión precedente, en el sentido que no todos, pero la gran mayoría de estos personeros son honestos y probos, lo cual deja abierta la posibilidad que algunos, es de esperar que no demasiados, no califiquen para esta básica y elemental exigencia de buenas prácticas.
Algo profundamente erróneo debe estar sucediendo en la actualidad para que, siendo así, la respuesta más transversal tienda a dejarlos a todos en el mismo saco, no precisamente en el saco bueno.
No es posible que las conductas de nuestros líderes sigan tal y cual como siempre con este escenario, que aun les sea posible pensar que el reiterado e insatisfactorio nivel de aceptación es irrelevante, que la voz de los ciudadanos no tiene valor, ya que en un próximo proceso electoral, de todas maneras, no faltará quien vote por ellos, olvidando que éstos son cada vez menos. Ciudadanos que, hastiados, han renunciado a una de las más preciadas atribuciones democráticas, elegir libremente a sus representantes, prefieren dejar que esa responsabilidad la tomen los menos, los proclives a la política en sí misma, a los todavía responsables.
Encuestas al respecto no hacen otra cosa que repetir tendencias que no logran revertirse; baja confianza en partidos políticos e instituciones, salvo algunas agrupaciones que de nuevas no han tenido los espacios para demostrar la consistencia de su propuesta renovadora o de recto proceder y que por tanto tienen buenas calificaciones, más debidas a la esperanza que a las evidencias.
Es un factor de muchas trascendencia, la democracia tiene fuerza según el grado de participación, una democracia que refleje sólo el pensamiento de una parte de la ciudadanía es profundamente frágil, incluyendo la fuerza de las propuestas de los así elegidos, que suelen olvidar también que al hablar del pueblo, o del país, cuya representación se arrogan, están apoyados solo por un sector minoritario que, para peor, pudo haber disminuido en el tiempo, dadas las circunstancias.
No hay aún un progreso satisfactorio, sigue habiendo santos tapados, a pesar que desde abril de 2009 entró en vigencia la Ley 20.285 sobre acceso a la información pública, mejor conocida como Ley de Transparencia y además de haberse creado el Consejo para la Transparencia, organismo encargado de “promover la transparencia en el sector público, fiscalizar el cumplimiento de las normas sobre transparencia y publicidad de la información, y garantizar el derecho de acceso a la información a las personas”.
Es imperioso hacer algo al respecto, mostrar lo que hay, poner en la mesa la verdad de los partidos, de donde vienen las platas, dónde están y que se hace con ellas, un primer paso para reconstruir confianzas, más una relación transparente y cabal de los bienes, y beneficios de los actores de política. Rendir cuenta es un ejercicio indispensable, no debiera asustar a nadie, a menos que asuntos que esconder.