El progreso de una ciudad no lo determina lo nuevo, sino lo que se conserva. Esta frase, atribuida a uno de los asesores urbanos más importantes de Shangai durante la década de los noventa, está escrita en letras gigantes en el hall del Museo de Planificación Urbana de dicha metrópolis. Por lo mismo, resulta una frase paradójica y desconcertante para cualquiera que tenga idea de cómo luce una de las ciudades más futuristas del planeta.
Lo más llamativo para los turistas son los impresionantes rascacielos que atiborran esta urbe de 20 millones de habitantes, en particular en la zona del Pudong. Allí, en pleno distrito financiero, sorprende la libertad de los arquitectos para mezclar el uso de elementos clásicos con otros que parecen extraídos de películas futuristas, y no siempre de las mejores. Un paisaje que puede resultar agotador y rayano en el mal gusto para muchos occidentales, pero que ha contribuido a darle identidad a la capital financiera de China.
Sabiendo del boom desenfrenado de construcciones que experimentó la ciudad a partir de 1992 y de su impresionante crecimiento vertical, que sepultó, sin miramientos, barrios completos bajo verdaderos océanos de hormigón, cuesta entender qué quería decir el urbanista cuando hablaba de “la importancia de conservar”. Imaginamos que hacia el final de su gestión comprendió lo relevante que es guardar un testimonio vivo de la historia de la polis, que dé un sustento a su presente y proyecte su futuro.
De cualquier forma, esta mirada -si se quiere más europea- parece haber llegado para quedarse a Shangai, pues hoy se invierten millones de dólares en el rescate de su pasado colonial y sus pintorescos barrios de principios de siglo XX.
Aunque parezca sorprendente la comparación, Concepción en algo se asemeja a la megápolis china: en cómo han visto desaparecer su patrimonio arquitectónico de una generación a otra. Claro, en Concepción la mayor responsabilidad la tienen los terremotos, que nos han privado, por ejemplo, de la belleza de los edificios neoclásicos y art déco que existían antes del sismo de 1939.
Pero, claro está, ellos no son los únicos responsables. En los últimos años se ha visto con demasiada frecuencia cómo el ímpetu de los proyectos privados ha primado por sobre el respeto patrimonial. Las soluciones “rasca” y “parche” se han impuesto cuando escasean los recursos, y cuando abundan, se ha optado muchas veces porque el carro del progreso pase por encima de la historia. Pero, ¿no es excesivamente generoso hablar de progreso cuando se derrumban teatros para construir tiendas-galpones, donde el único valor es la optimización del espacio útil?
Sin embargo, no todo es negativo. Vale la pena destacar iniciativas que de verdad son un aporte urbano y que conjugan con respeto, y buen gusto lo antiguo y lo nuevo. Es el caso de la Casa García o del edificio Fiuc en la esquina de Barros con Caupolicán, que sufrió graves daños con el terremoto y que fue objeto de una remodelación ejemplar, liderada por el arquitecto Ramón Jofré.
La solución no pasa necesariamente por más regulación, sino por el liderazgo que tenga la autoridad municipal, así como por el empoderamiento de la comunidad para exigir proyectos de calidad a los inversionistas. Si se dieron cuenta de la importancia de conservar el patrimonio urbano en Shangai, ¿por qué no podemos hacerlo los penquistas?