Editorial

Sueños sobre rieles que conecten al Bío Bío

Por: Editorial Diario Concepción 06 de Febrero 2018
Fotografía: Raphael Sierra P.

Existen pocos ejemplos tan universales como el tren para graficar conceptualmente el progreso de la humanidad. En efecto, fue una imagen que extrañamente significó lo mismo tanto para el capitalismo como para la ideología marxista, aunque, obviamente, por derroteros distintos. Y es que el ferrocarril se apropió de un puñado de conceptos arquetípicos: la fuerza, la voluntad, la determinación, la emoción desde el triunfo de la razón. En efecto, durante 100 años en Chile también fue el trazado de la línea férrea, de norte a sur, de cordillera a mar, un sinónimo de la idea lineal del progreso, tan propia de los tiempos post revolución industrial.

Sin embargo, entre 1980 y principios de 2000, se produjo un gradual proceso de desmantelamiento del que fuera uno de los grandes orgullos del país. ¿La razón? Difícil de explicar sino es mediante la fórmula “intereses mezquinos” más “nula falta de visión estratégica” para el país.

En los últimos años, se ha podido ver un tibio interés por parte de nuestras autoridades de devolverle la vida al ferrocarril y han aparecido algunas iniciativas interesantes, sumadas a promesas de desarrollo futuro, que claro está, podrían verse postergadas por el nuevo escenario de carencia fiscal.

Sobre el particular, hay mucho paño que cortar, razones políticas, que por motivos varios no suelen ser ventiladas, circunstancias derivadas de gremios poderosos a contrapelo de la dictadura y los más evidentes razonamientos de orden económico; el ferrocarril produce pérdidas, ergo, hay que desmantelarlo, en perfecta armonía con el pensamiento de los economistas de ese momento. Con esa sola lógica, el costo que no se puso en la balanza fue el de cerrar los vínculos con cientos de pueblos pequeños, gracias a esa gran arteria e innumerables ramificaciones que era el tren y condenarlos al extermino por hipoxia, obligar a la migración de los jóvenes y dejar allí a los más viejos para sobrevivir, y esperar con nostalgia un pasado desaparecido sin mayor aviso y sin plan de contingencia.

El tren se resiste a morir, sencillamente porque es demasiado útil y se puede dar el lujo de esperar que las gentes regresen a un estado de cordura y saquen las cuentas como es debido, o sea con mentalidad de estadista a largo plazo y no de gerentes con el horizonte puesto en el próximo balance, o de políticos que miden sus compromisos en función de los votos de sus clientes en las urnas.

La prueba de este valor intrínseco de los ferrocarriles es que de vez en cuando surgen iniciativas para rehabilitar ciertos recorridos, reciclar trozos de tren y emprender una campaña turística con nombres de fantasía, con el objetivo de reactivar la economía de ciertos territorios, estimular nuevas formas de negocio y aumentar oportunidades para el empleo y fortalecimiento de determinados colectivos urbanos, prueba implícita del daño causado al terminarlos.

La verdadera solución pasa por política de estado, volver a vertebrar el país, como uno de los pasos de la descentralización, que no todos los caminos lleguen necesariamente a Roma, que de ese modo logró incomunicar a sus contendientes. Hacerlo bien, para mejorar la eficiencia del transporte, aumentando la seguridad en las carreteras, protegiendo mejor al ambiente, otorgando un servicio atractivo y confiable, de tal manera que se pueda invertir en la salud de pueblos menos rentables para el tren, pero social y económicamente rentables para la nación.

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