Bien mirado resulta desconcertante que un país como el nuestro, que tiene una de las redes de atención en salud más extensa de la región, con programas sanitarios que han sido referenciales para las políticas de salud de otros países, se muestre tan poco coherente en lo que dice relación con el consumo de drogas, que se continúe pensando que algunas de ellas son de riesgo y otras no, que sea políticamente correcto liberalizar el uso de la marihuana, sin restricciones de edad, bajo el paraguas hipócrita de eventuales efectos terapéuticos.
A pesar de evidencia acumulada, sigue teniendo en la discusión peso parecido la opinión de particulares libertarios y progresistas, con sus propios convencimientos y los científicos que emiten opinión basada en evidencia científica comprobada y contrastable. En ese contexto, no es de extrañar que el duodécimo Estudio Nacional de Drogas en Población General haya revelado un significativo aumento del consumo de marihuana en relación a los últimos seis años y del mismo modo también muestra un aumento significativo del consumo de tranquilizantes y analgésicos sin receta médica.
Los datos de la encuesta efectuada en el estudio referido señalan que el 14,5 por ciento de los consultados, lo que representa más o menos 1,4 millones de personas, respondieron que sí consumieron marihuana el último año. El crecimiento ha sido sostenido, ya que los consumidores eran un 11,3 por ciento en 2014, un 7,1 en 2012 y un 4,6 en 2010. A mayor detalle, de este universo, 298 mil personas presentan un consumo problemático, por otra parte, la prevalencia mostraba tendencias asociadas a la edad de las personas, siendo el mayor consumo de marihuana en hombres y mujeres de 19 a 34 años.
Para hacer de estas circunstancias un escenario aún más preocupante, un reciente informe de percepción y consumo de drogas, elaborado por el Instituto Nacional de la Juventud, determinó que un 81% de los jóvenes de entre 15 y 29 años cree que la marihuana es la droga menos dañina, mientras un 53% considera que el alcohol es la segunda que causa menores efectos nocivos en el cuerpo, no solo eso, sino que hay un progresiva disminución de la percepción de riesgo, hace diez años un 46% de los encuestados consideraba que el uso de esta droga podría ser riesgoso, el año pasado, menos del 30%. Por otra parte, a la mitad de los encuestados (53%) le es indiferente la frecuencia de consumo de marihuana, a diferencia del 18% que lo considera negativo.
Recientemente, el Observatorio de Narcotráfico alertó sobre el aumento de Cripy, la llamada marihuana gourmet, proveniente de Colombia, un derivado de la marihuana combinado con otras sustancias, que ha tomado bastante fuerza entre los jóvenes; sólo el año pasado se incautaron dos toneladas.
Las señales son los suficientemente alarmantes como para esperar una reacción convencida de las autoridades, no es posible seguir ignorando los daños que esta droga hace a los niños y jóvenes, en el mejor de los casos solo una baja del rendimiento escolar, pero solo la primera parte de una secuencia de efectos nocivos, incluyendo la adicción y la exploración de otras drogas aún más perjudiciales.
Es de esperar que en esta situación sea abordada con seriedad científica y técnica, que se le observe bajo el criterio de la salud de las personas y no bajo aquel que esgrime equívocos mensajes de modernidad y tolerancia.