El proceso electoral que terminó ayer ha sido largo y tenso, con un agotador prolegómeno que fue dejando en el camino a figuras políticas emblemáticas, para quedar al final reducido a un escenario con dos actores. Cada uno de ellos estuvo sujeto a su particular ordalía, recibiendo el acoso periodístico cotidiano para lograr entender las características de sus programas y orientar a un padrón electoral renuente, que en la primera vuelta fue menor a la mitad de los ciudadanos habilitados para emitir su sufragio.
Lo largo del proceso, o lo agotador de su transcurso para los candidatos, puede explicarse en parte por la reforma del sistema electoral, por los controles de los gastos y los resguardos al momento de buscar financiamiento para un campaña de larga duración, repleta de encuentros y abandonos. Eso por una parte, el otro factor cuesta arriba, fue desarrollar campañas en medio de la desconfianza, en pleno clima de alejamiento de los ciudadanos de la llamada clase política, que ha dado reiterada muestras de estar mucho más interesada en luchar por sus propios intereses que por los de aquellos que les eligieron para representarles.
Cada candidato debió empeñarse para ser escuchado, para tender puentes de confianza hacia la gente hastiada de los escándalos de corrupción, aburrida de listas de espera, de precios coludidos, de triquiñuelas en los servicios básicos.
Al finalizar esta nueva jornada de un ritual republicano, que, sin considerar quien ha resultado ganador, ha terminado como siempre, siendo ejemplificador por su tranquilidad y transparencia, un acto de participación ciudadana que enorgullece a los chilenos.
El nuevo primer mandatario enfrenta un escenario desafiante e inevitable, por una parte, un poder legislativo con características inéditas, con una Cámara de Diputados conformada por dieciocho fuerzas políticas distintas, que obligará a una negociación que, en todo caso resulta benéfica para el país, ya que obliga a consensos basados en estudio prolijo de las circunstancias, el Presidente tendrá que considerar una geografía política sin precedentes para llevar a cabo su programa de gobierno.
La sociedad chilena ha cambiado, más aún como resultado de dinámicas impulsadas desde el gobierno saliente, el mundo de la política tiene el deber imperioso de restituir la confianza en las autoridades e instituciones, los colectivos organizados han ganado en experiencia para impulsar los cambios que sienten como indispensables, el mundo de la educación, de los gremios, de los empresarios, todo un escenario de expectativas y demandas, con la esperanza de tener un Chile mejor.
El recién elegido Presidente de la República de Chile, Sebastián Piñera, está ad portas de cursar un nuevo periodo como primer mandatario, sus declaraciones han enfatizado la necesidad de unir a los chilenos, buscar el camino de progreso común basado en el respeto. Ha expresado su intención de acercarse a la gente, de ayudar a construir y consolidar los cambios que la sociedad necesita y espera.
El escenario político del país plantea al nuevamente gobernante desafíos diferentes a los que enfrentó en su primer mandato, hay ahora una sociedad con promesas pendientes, con nuevas expectativas y un mundo político complejo y renovado. Los chilenos, otra vez, esperan un mejor destino, confiados en la fuerza de la democracia.