A pesar de las llamadas a votar, para contrarrestar una tendencia preocupante, los jóvenes se muestran reacios a participar. Según el Instituto Nacional de la Juventud, en agosto del presente año, el 47% de los jóvenes indicaba que definitivamente votaría en las próximas elecciones presidenciales de noviembre de 2017. Aunque todavía no están oficialmente desagregadas las cifras en la elección del domingo pasado, es evidente el amplio margen de jóvenes que se restaron a esta importante convocatoria.
Un fenómeno similar se aprecia a nivel universitario, donde se ha observado una baja en la participación de los alumnos en las elecciones de algunas federaciones estudiantiles, como ha ocurrido en la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, en la cual sólo sufragó el 40,3%, alcanzado apenas el quórum requerido para que ésta sea válida.
Los mismos dirigentes estudiantiles manifiestan que hay desinterés y apatía, que es difícil movilizar a la gente en las asambleas y discusiones. Aluden como causas posibles el antecedente disuasivo de marchas violentas, o asambleas poco representativas y poco dialogantes, que se atribuyen poder para tomas y paros que afectan a un gran número de estudiantes.
Este fenómeno se replica en las universidades más importantes de la Región del Biobío, donde la participación ha mermado considerablemente. Por ejemplo, en la Universidad de Concepción en las elecciones de 2011 votaron 4.562 alumnos y el año pasado sólo 1.575. En la Universidad Católica de la Santísima Concepción bajó de 2.440 a 1.684 en el mismo periodo, quedando acéfala debido a la falta de quórum en la elección.
La propia conclusión de los estudiantes es que la política, incluso la estudiantil, se encuentra desprestigiada, en sus comunicados se trasunta la necesidad de llegar “al estudiante común y corriente” para aumentar la participación. Mientras se expresa insatisfacción por aquellos que han utilizado las federaciones como plataformas de posicionamiento político, ajenos a las auténticas demandas estudiantiles.
Hace pocas semanas se conoció el “Estudio Internacional de Educación Cívica y Formación Ciudadana” que se aplicó a estudiantes de 8° básico de 23 países, el cual muestra que los escolares chilenos presentan un conocimiento en temas cívicos significativamente más bajo que el promedio, por lo cual hay una posibilidad de revertir la apatía política entre quienes aún no tienen derecho a sufragio, si se mejora ese conocimiento desde temprano.
Constance Flanagan, experta de la U. de Wisconsin-Madison en una charla magistral reciente en la U. Adolfo Ibáñez, expresa que incluso antes que los jóvenes tengan derecho a voto, hay muchas formas en que se puede incentivar la educación cívica. Por ejemplo, integrando organizaciones que contribuyan a la comunidad o apoyen a personas más desfavorecidas les lleva a generar un sentido de participación social que los hace ir más allá de su propio círculo. Actividades que “conectan su propia vida a la vida de otros, son un gran predictor de que al convertirse en adultos votarán o tendrán un rol cívico”.
Es una de las iniciativas que señalan la posibilidad de cambiar, no sólo devolver a los planes de estudio los contenidos de Educación Cívica, erróneamente eliminados, sino hacer una práctica ciudadana en civilidad, robustecer la democracia desde la base de quienes serán responsables de sostenerla.