Editorial

La evolución social de la solidaridad chilena

Por: Editorial Diario Concepción 17 de Noviembre 2017
Fotografía: Diario Concepción

Puede ser que el pasado mes de septiembre haya tenido demasiado énfasis patriótico y en ese contexto haya quedado poco espacio para otras cosas, de ese modo pudo pasar inadvertido un hecho que pone de relieve un aspecto positivo y encomiable de nuestra idiosincrasia; la generosidad. Ese mes, las autoridades del sector Salud dieron a conocer las cifras alcanzadas, a esas alturas del año, en materia de donación y trasplante, los números son elocuentes, a principios de ese mes se registraron 134 donantes, cifra que igualaba lo que se alcanzó durante todo el año pasado; 352 trasplantes, superando los 348 que hubo durante todo 2016.

Mirado desde otra perspectiva más amplia, diversos estudios y análisis muestran que Chile tiene amplias fortalezas en el ámbito de aportes sociales: nuestro país se ubica entre los más generosos a nivel latinoamericano, hay evidencias repetidas de masivas respuestas solidarias ante catástrofes, mientras, paulatina e incesantemente las organizaciones de la sociedad civil y las fundaciones filantrópicas muestran un fuerte crecimiento.

Las cifras describen acertadamente la magnitud del cambio de actitud de las comunidades: existen actualmente alrededor de 235.000 organizaciones sociales en Chile, 13 organizaciones cada 1000 habitantes, el doble que Australia y casi el triple de la tasa norteamericana. Nuestro país ocupa el lugar 18, en el mundo del Índice filantrópico; el sexto lugar en el Indicador de mejor país para ser emprendedor social y el lugar 55 en el mundo del Indicador Mundial de Generosidad.

En el Primer Estudio Cefis UAI, Filantropía en Chile, el año 2015, sobre visión y práctica de los aportes sociales de los empresarios, una de las conclusiones es que nuestro país se encuentra en un proceso de transición, desde una práctica caritativa de influencia religiosa y de carácter anónimo, a una práctica filantrópica con visión estratégica, en un proceso liderado por un grupo de donantes que están transfiriendo las prácticas de administración y visión empresarial al ámbito de sus aportes sociales, diferenciando los aportes filantrópicos que realizan a nivel personal y familiar, de las inversiones sociales que realizan las empresas a las cuales están vinculados.

En una publicación reciente, Ramiro Mendoza, decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Adolfo Ibáñez, hace una interesante reflexión, que se puede asociar a la tendencia antes descrita, a nivel del ciudadano corriente; que cada chileno puede definitivamente influir en su mejor destino, solo o asociado, para mejorar los resultados, por eso el aumento de grupos y asociaciones benéficas, particularmente en jóvenes, con propósitos filantrópicos para hacer frente a la pobreza, a la drogadicción, o a las emergencias.

Las comunidades, a veces los barrios o sectores de la población, observan que pueden resolver con eficacia problemas que les inquietan; seguridad ciudadana, reciclado de desechos, o mutua ayuda en sismos o incendios, un modo de actuar que empodera su autonomía y la capacidad de tomar control de algunas situaciones, como alternativa a ruegos, no siempre oídos, a las autoridades. En términos de la publicación citada, lo que está sucediendo es que el ciudadano ha ido descubriendo, sin mayores aspavientos, que muchas veces, por su propio esfuerzo, es capaz de cuidarse por sí mismo, no necesariamente por el Estado.

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