La ciudadanía chilena se encuentra a quince días de distancia del más significativo de los actos republicanos; la elección presidencial. Un plazo exiguo, para un proceso que se supone debería estar definido en principio, con la ciudadanía cabalmente informada. Sin embargo, es posible que como nunca antes, se aprecie una falta de conocimiento sobre los candidatos mismos y lo que proponen hacer durante su eventual ejercicio desde la cabecera del poder ejecutivo, ya que a estas alturas están todavía sin dar a conocer la totalidad de sus programas.
No parece haber pasión en la ciudadanía en relación a este proceso, que de existir resulta en conflictos y polémicas, pero da cuenta del interés y el compromiso, en claro contraste con la sensación de abulia e indiferencia que parece ser la tónica que preside el inminente proceso electoral del 19 de Noviembre.
La situación que se vive no es del todo sorpresiva, los candidatos han tenido con respecto a sus eventuales electores un respeto marginal, han estado más preocupados de establecer posiciones en sus propias tiendas, con maniobras de discutible estética, que muchas veces quedaron expuestas a la opinión pública, que dar a entender con qué competencias o capacidades se enfrentarán a la tarea de gobernar, con qué propósitos, con qué medios. Cada vez que fueron interpelados en programas de televisión en foros y mesas redondas, su desempeño generó en el electorado más dudas que certezas.
Legalmente todo parece estar como es debido, el Servicio Electoral (Servel) certifica que cuando declararon sus respectivas candidaturas, se acompañaban “los programas de gobierno que exige la ley. Por lo tanto, desde ese punto de vista, todos cumplieron” junto con aclarar que la ley solicita que el programa contenga las “principales acciones, iniciativas o proyectos”.
Una cosa es lo que dice la letra de la ley, otra muy distinta es posiblemente su espíritu, que trata de asegurar que los candidatos expongan, con claridad meridiana, que es lo pretenden hacer con el país, tan claramente que cada ciudadano tenga una opción informada, ya que sin esta información es de alto riesgo tomar decisiones.
Para los políticos, no hay conflicto alguno, se trata de reunir los votos suficientes y el resto se hará por añadidura, el fluctuante arte de lo posible. Para el ciudadano común, sí hay problema, porque desearía votar por el candidato o candidata cuyos planteamientos se acerquen más a su concepción de país y sociedad, a sus ideas de cómo concibe el futuro deseable para Chile. No es una elección de poca monta, a la persona elegida le corresponderá la compleja tarea y la responsabilidad de llevar adelante la nave del Estado en tiempos turbulentos, en un país que necesita un nuevo impulso para crecer y mejorar la calidad de vida de todos sus habitantes.
El desafío es demasiado grande para improvisaciones, es lamentable que los postulantes a la Moneda hayan postergado esta esencial e indispensable forma de transparencia, cuando predomina en la opinión pública la insatisfacción con el desempeño de las autoridades e instituciones, cuando hay promesas generosas y reformas en media marcha que requieren una gestión sabia y cuidadosa.
Nuestros políticos siguen en deuda con la ciudadanía, hasta cierto punto hemos sido tratados sin el debido respeto, es difícil concebir el encantamiento del electorado bajo estas circunstancias.