Es un problema que puede desencadenar enormes tragedias familiares y que no está en la pauta de debates pendientes, ni en programas articulados para hacerle frente y cambiar una realidad que no solo ha permanecido, sino que muestra alarmantes tendencias de incremento: la depresión de niños y adolescentes que en más oportunidades que las que se quisiera observar, impulsan al suicidio.
Esta última circunstancia, la decisión de un niño o un joven a terminar su vida es considerada, en principio, como una situación imposible, nadie podría pensar que una persona a esa temprana edad, en la plenitud de sus facultades, actúe de ese modo, más explícitamente, que alguno de los jóvenes de nuestra familia atente contra su vida.
Sin embargo, esta realidad temible, que suele ocultarse donde ha ocurrido, por la culpa implícita de quienes estuvieron en las cercanía de la víctima y no fueron capaces de intuir la situación y que no pudieron, en consecuencia, impedirlo, es una posibilidad concreta. En efecto, la depresión, una de las causas más frecuentes del suicidio, es una de las enfermedades que perturba a los chilenos. La Organización Mundial de la Salud (OMS), en su último informe sobre “Depresión y otros Desórdenes Mentales Comunes”, informa que 844.253 personas mayores de 15 años tienen depresión, lo que corresponde aproximadamente al 5% de la población. También reveló que el 6,5% tiene ansiedad, a saber, 1.100.584 personas.
La tasa de suicidios en jóvenes chilenos va en aumento cada año, posicionándose en el segundo lugar de los países de la Ocde, para esta organización, como consecuencia de una sociedad competitiva y estereotipada, en un país donde los medios son insuficientes para detectar a tiempo estos problemas. Según datos del Ministerio de Salud, las muertes autoprovocadas alcanzarán los 12 casos por cada 100 mil habitantes en 2020, en la población de 10 a 19 años.
La niñez tardía y la adolescencia, enfrenta una fase de su desarrollo que se ha descrito como una crisis entre identidad versus confusión, una etapa en la cual cada persona tiene que asumir su posición social, cultural y sexual. En términos concretos, que hará con su vida, como lograr éxito académico o laboral, ser aceptado y respetado por los otros, tener una pareja, entre muchos otros desafíos cruciales, para sentirse identificado; la gran tarea del período.
Algunos de estos desafíos y sus resultados son parte de las circunstancias que cada joven vive internamente y que no siempre son observadas por los adultos de su entorno, ya que ellos disfrazan los signos, e incluso dan señales equívocas de éxito y satisfacción, cuando en realidad están sufriendo en sus relaciones interpersonales o dudando de sus competencias para desempeñarse adecuadamente en sus estudios.
En Chile existe un Programa para la Prevención del Suicidio, dependiente del Ministerio de Salud, sin embargo, a nuestro país le falta mucho para tener una política pública para enfrentar decididamente este problema. Ante una realidad como esta, en el intertanto, son las familias y todos los adultos que se relacionen con estos niños y adolescentes los que deben tomar conciencia de los indicadores de riesgo, la gran mayoría de los suicidas avisan de una u otra manera, que no van a estar en el futuro o muestran cambios de conducta, a veces sutiles, de estar agobiados. La primera condición preventiva es estar cerca, es prestar atención.