Miles de jóvenes chilenos se preparan para rendir una prueba nacional que resulta crítica para decidir qué ruta desean emprender en el futuro inmediato de sus vidas, es una ocasión de indudable impacto y que suele ser el resultado de toda la educación precedente. El desafío que continúa es elegir un camino, entre muchos posibles, con dos salidas clásicas; educación superior universitaria o técnica.
La oferta universitaria es conocida, fue durante decenios la única posible para las aspiraciones más altas de los jóvenes, se ha abierto paulatinamente la otra puerta, que aunque muy desarrollada en la actualidad, aún no alcanza las características de ser considerada igual en prestigio o nivel, sólo que diferente en propósitos.
En los últimos años se observa una clara tendencia creciente de los jóvenes en cuanto a optar por educación técnica, por muchas y comprensibles razones, entre las cuales se encuentra el indudable desarrollo de los institutos profesionales y centros de formación técnica, lo que ha permitido a muchos jóvenes encontrar una promisoria inserción en el mundo laboral. Sin embargo, por la naturaleza cambiante de la tecnología y los procesos productivos, es necesario que las instituciones formadoras tengan una dinámica acorde con esas rápidas mutaciones.
En el reciente análisis, dentro del marco del estudio “Hacia un sistema de formación para el trabajo en Chile: Rol de los sectores productivos”, realizado por la Fundación Chile por encargo de la CPC, se hace evidente la necesidad de establecer una agenda robusta para el “desarrollo del capital humano en el marco de una alianza público – privada, a fin de materializar las expectativas de desarrollo del país”, lo cual implica integrar el mundo de lo productivo con el ámbito de formación de quienes pasarán a formar parte del sector productivo.
Sin subvalorar el desarrollo notable de los centros de formación tecnológica, es inescapable la obligación de armonizar el producto de los programas formativos con la realidad del trabajo. Si bien es cierto existen instancias de práctica laboral de los estudiantes en las fases finales de su formación, se pierde la oportunidad de hacer de esta prácticas una forma de vinculación con la academia.
El antecedente de que 60% de la fuerza laboral chilena se ubicó en el peor quintil de desempeño en la prueba Piaac, aplicada por la Ocde el año 2015, que sólo el 2% estuvo en el rango de mejor desempeño e insatisfactorios resultados en la habilidad Solución de Problemas en Ambiente Tecnológico, es un fuerte indicador de falencias que es necesario corregir.
Para el presidente de la CPC, en una jornada de autocrítica del empresariado, para enfatizar el compromiso del mundo productivo en la capacitación de recurso humano; “la principal herramienta con la que cuentan los jóvenes para tener más oportunidades y participación en el mundo del trabajo, es la educación y la formación continua”. Sin embargo, sin mencionarlo, se plantea la contraparte de esta propuesta, los centros formadores, a quienes les interesa que su labor tenga el más alto nivel de eficiencia.
Los jóvenes que se incorporan a este nicho de la formación superior deben tener garantías que las competencias que adquieren sean del todo aplicables al mundo real de la producción, una formación técnica pertinente que se traduzca en mejores oportunidades laborales.