Se esperaba que la creación de un Ministerio de Ciencia expresara una irrevocable decisión de impulsar la investigación y la innovación en Chile, dar un paso decidido en esa dirección, descrita como trascendente, sin embargo, no hubo que esperar demasiado para observar que las ideologías eran confusas y el compromiso relativo, a la primera oportunidad de expresar concretamente el orden de prioridades, los fondos para investigación impulsada por el Estado resultaron reducidos.
Esta situación ha provocado una explicable alarma en el mundo de la ciencia, ya que había expectativas positivas a partir de las declaraciones previas del Ejecutivo, sin embargo, se aprobó la creación de un ministerio del ramo sin recursos propios para su gestión. Además, en el presupuesto 2018 se propone reducir en 2,2%, unos $15 mil millones, los fondos para el sector.
Si esta propuesta se aprobara, significaría una disminución cercana al 30% de los recursos para el Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (Fondecyt), creado para estimular y promover el desarrollo de investigación y que representa el principal fondo de este tipo en el país. El resultado esperable de este incomprensible recorte resultaría en una negativa merma del principal instrumento de financiamiento científico para las universidades, responsables del 90% de la investigación en Chile.
Regionalmente, la situación empeora, muy a pesar del hecho que nuestra región reúne la segunda mayor población de educación superior del país, de esa manera, según las cifras publicadas por Conicyt, el concurso de iniciación en investigación 2017 recibió en la Región del Bío Bío un total de 125 proyectos a concurso, de los que sólo fueron aprobados 32, lo que en pesos se traduce que, de un total de 3 mil 759 millones solicitados para financiamiento por parte de los científicos, sólo se aprobaron 865 millones, lo que implica todavía mayores limitaciones para quienes hacen ciencia desde regiones.
Si se presta atención a los mensajes desde todas las tiendas políticas, si se observa las tendencias comunicacionales del Gobierno frente a la necesidad de apoyar la ciencia y la generación de nuevo conocimiento y tecnología en Chile, no habría duda que hay unanimidad en mejorar sus condiciones, sin embargo, persiste sin modificación alguna la inversión equivalente al 0,38% del Producto Interno Bruto , muy lejos del estándar de los países Ocde -donde el promedio es de 2,38%-, o de potencias como Corea del Sur e Israel, donde supera el 4%.
Por otra parte, se pierde un valioso capital humano; han regresado al país una serie de investigadores que hicieron su doctorado en el extranjero gracias a las becas Chile y hoy no pueden encontrar un puesto de trabajo, un impresentable potencial de crecimiento despilfarrado y ocioso.
Es un lugar común declarar que si Chile quiere pasar de ser un país basado en recursos naturales a exportar servicios y tecnologías, debe invertir más en I+D. Se repite incansable y vehemente en los programas de los presidenciables, quienes, a juzgar por los términos empleados parecen descubrir recién la importancia del agregar valor, sin dar muestras de entender lo que es preciso hacer para efectuar ese cambio fundamental, que pasa por mejorar las decisiones que se han tomado en apoyo a la ciencia nacional, lo contrario de lo que está ocurriendo ahora mismo.