Para empezar, la palabra misma no existe en español, es uno de los anglicismos que la tecnología trae aparejada, una suerte de colonialismo lingüístico del cual cuesta salir, ya que se trata de construcciones conceptuales que están asociadas a la innovación y a la creatividad. En este caso, capabilidad, cuya etimología resulta de la unión de los conceptos “capacity” más “ability” (capacidad más habilidad), por tanto, su sentido no es enteramente representado por capacidad, como ejemplo.
El término fue introducido por el filósofo y economista Amartya Sen a finales de la década de los setentas, el mismo autor reconoce que no es excesivamente atractivo y que quizás hubiera podido elegir una mejor palabra cuando buscaba un enfoque particular para analizar el bienestar y la ventaja en términos de la habilidad de la persona para hacer actos que considera y juzga valiosos.
El término ha evolucionado, ante la profundidad de su eventual significado para el desarrollo de personas, comunidades y naciones, de tal modo que no se trata solamente de tener capacidad y habilidad, sino adicionalmente aptitud, calificación, experiencia, potencial, facultad, competencia y saber hacer.
El impacto de la capabilidad tecnológica, así entendida, es evidente si se la define como la habilidad para hacer uso efectivo del conocimiento tecnológico en los ámbitos de producción, ingeniería e innovación, es esa capabilidad la que puede permitir a una empresa usar y al mismo tiempo cambiar las tecnologías existentes, creando nuevas y diferentes, en respuesta a un ambiente económico cambiante. En otras palabras, la capabilidad involucra, no solo internalizar y utilizar con todo su potencial la tecnología más reciente, sino tener las competencias para modificarlas y generar nuevas tecnologías, dar un paso adelante en la frontera de su conocimiento.
Se entiende que sean las empresas el lugar donde se constituya la unidad fundamental de actividad tecnológica y el sitio donde naturalmente se acumule mayor capabilidad, por otra parte, son los centros de investigación y las universidades los que tradicionalmente han generado investigación, desarrollo e innovación que estaría lista para ser usada por las empresas. Sin embargo, hay allí un puente lábil y muchas veces discontinuo, cuando es indispensable un vínculo que permita la transferencia entre las partes, que establezca una sinergia que estimule el crecimiento de ambas estructuras, la investigación tecnológica por un lado y la información relativa a su puesta en práctica, por otra, en un círculo virtuoso de mutuo aumento de capabilidad.
Este relativamente nuevo concepto comprende un compromiso de tareas conjuntas entre los sitios donde se crea nueva tecnología y aquellos donde esta tecnología es puesta en práctica, relación que resulta en innovación efectiva, la diferencia entre comprarla a punto de la obsolescencia, o ya obsoleta, o hacerla de tal modo que se transforme en ventajas cada vez más competitivas, configurando nuevas ventanas de oportunidad, una visión que algunos emprendedores identifican con resultados espectaculares.
Las universidades y centros de formación técnica están frente al desafío de participar en estos procesos, con un grado de cercanía con la empresa que les permita formar capital humano listo para ser parte de un futuro el que parece cambiar con más velocidad que antes.