La política hace extraños compañeros de cama, frase atribuida a Winston Churchill, pero que resulta particularmente adecuada al observar las maniobras en plena operación en el mundo de la política chilena. Sin necesidad de conocer profundamente la compleja negociación a nivel nacional, hasta en el más pequeño rincón de la República se manipula para conseguir los pactos que parezcan más adecuados.
Para el ciudadano común puede parecer sorpresiva la velocidad con que cambian las simpatías y las coaliciones, cómo las personas se transforman en moneda de cambio, la prisa en la pérdida de fidelidades, los cálculos evidentes, incluyendo traiciones, aunque se presenten como lecciones de realismo político.
Mientras los candidatos y candidatas presidenciales cursan su propio recorrido, a nivel de elecciones parlamentarias la dinámica es aún más compleja, se multiplican las reuniones y conciliábulos, no precisamente por buscar al mejor hombre o la mejor mujer para el país, sino aquel que tenga más potencialidades para ser elegidos, no hay indicios de buscar a los más idóneos, a los más educados o expertos, sino a los más populares, una categoría que puede estar completamente separada de las necesarias competencias, las cuales parecen estar en segundo plano.
Con una dinámica parecida, pero con exigencias mayores, con inmediata visibilización por la opinión pública, se aclara de a poco el panorama para las elecciones presidenciales, hay una soterrada lucha, bajo la apariencia de fraternidad ideológica en los diferentes frentes, Chile Vamos, con su candidato y actores de tiendas similares con quienes es preciso negociar, la candidata de Frente Amplio, y el desafío de líneas políticas nuevas y en plena evolución, la tensión implícita en Nueva Mayoría, al no haber sido capaz de presentar una sola candidatura.
Participa igualmente de esa dinámica electoral, un grupo de otros partidos; Partido Progresista, País, Unión Patriótica, cuyos candidatos han ocupado espacios más restringidos de los medios de comunicación, a pesar de ser la mayor parte de ellos conocidos por la ciudadanía, lo cual en algunos casos no resulta necesariamente positivo para sus aspiraciones.
Sin importar por el momento los matices de las diferentes candidaturas, es evidente que lo que está en juego es, por una parte, la continuación del actual modelo de administración del Estado o su profundización, y por otra, un cambio de curso y de norte. Pero, a la luz de la fragmentación de fuerzas, los cambios tendrán que ser consensuados, una necesidad que resulta de todas maneras conveniente.
El punto es que las mayorías relativas que alcancen los partidos- las bases de apoyo para las propuestas de los candidatos-resultan más convenientes para los ciudadanos que las mayorías absolutas, ya que éstas últimas, con ese poder, se pueden transformar fácilmente en maquinarias autorreferentes, cerradas a los diálogos, obcecadas y soberbias, mientras las primeras están obligadas a negociar, a buscar el muy conveniente aura mediocritas, el punto intermedio, el mejor para todos.
La política chilena está al debe, no ha asumido la necesidad de recuperar el respeto y la confianza de la ciudadanía, ha optado por perpetuarse mediante una alambicada ingeniería de transacciones, por sobre atender las necesidades de las personas. Esta campaña pondrá a prueba esos indispensables atributos.