Tiene posiblemente mucho de exageración, pero en este país angosto no parece ser posible atender a dos problemas al mismo tiempo. Una noticia desplaza a las otras a umbrales cercanos al olvido, de esa manera nadie pondrá atención a iniciativas postergadas en el apurado tráfico de leyes por aprobar antes que sea tarde, como ocurre con la situación de los sistemas de salud de Chile con el aumento explosivo de la fracción de población de edad mayor.
Los pronósticos en este caso se cumplen casi excesivamente, como ha ocurrido con la expectativa de vida, de esa manera parece acertada la proyección que había establecido que en 50 años, entre 2000 y 2050, la población mundial de adultos mayores de 60 años se triplicaría, pasando desde 650 a más de 2000 millones de personas., como es fácil concluir, esta trayectoria de envejecimiento de los países podría impactar fuertemente a los programas de salud pública.
Las cifras en Chile son muy elocuentes a la hora de identificarse con el pronóstico antes señalado, de esa manera, la fecundidad – el agente con mayor importancia en la composición de la población – ha descendido dramáticamente, pasando de cinco hijos por mujer en 1962 a 2.6 hijos en 1994 y a un promedio de 1,8 en 2012, y 1,77 en 2013.
Es ese el primer factor; menos niños, el otro es una disminución constante en la mortalidad, circunstancias que conforman un escenario de envejecimiento poblacional. Desde hace siete décadas la mortalidad ha bajado sostenidamente, ascendiendo desde una expectativa de vida de 64 años, para ambos sexos, en el quinquenio 1970-75, llegando a 81,2 años en el año 2014, con tendencia a continuar en alza.
Los cambios demográficos de esta naturaleza tienen consecuencias importantes cuando se trata de salud pública, ya que los servicios deben enfrentar el desafío planteado por extensos y prolongados cuadros patológicos, no pocas veces de naturaleza crónica, clasificados en general como enfermedades comunes a la tercera edad, comunes, pero complejas y costosas, como cardiopatías, accidentes cerebrovasculares y cáncer.
Esta realidad en aumento, que concierne de cerca a las familias chilenas, contribuye a explicar por qué se ha ubicado entre las primeras prioridades de las necesidades percibidas por la población que no tienen respuesta adecuada por el aparato del Estado. En justicia, no es posible adjudicar a un par de las últimas administraciones la responsabilidad por este estado de cosas, pero definitivamente hay tareas pendientes para llegar a lo menos a un estado de meseta.
Las iniciativas internacionales relativas a este asunto tienen en común la integración de los servicios, acciones de prevención y promoción masivas para obtener un envejecimiento saludable. La implementación de atención geriátrica en hospitales públicos para los casos más agudos y un mejoramiento sustantivo de la salud ambulatoria.
En los últimos años, se ha invertido ingentes recursos en la formación de especialistas, con impacto relativo por la resistencia de muchos de ellos de hacerse parte de la salud pública, ante opciones privadas más redituables, puede ser que haya otras opciones de aumentar la cobertura con formación de capital humano en geriatría, de altas competencias técnicas.
Ninguna de las soluciones es fácil o barata, pero es más caro y complejo aún si se elige insistir en las mismas medidas probadamente insuficientes.