Con alguna periodicidad se informa sobre el estado de la situación de empleabilidad chilena, un parámetro que en todos los países es seguido escrupulosamente porque está estrechamente asociado al estado económico de las naciones y su condición de bienestar y paz social. Cuando estas cifras se deterioran, como el aumento de la tasa de desempleo, hay un aviso rotundo que algo está funcionado mal.
Sabido esto, hay un registro continuo, que si es honesto, relata con fidelidad el estado de la economía, lamentablemente estos indicadores también son observados desde afuera, ya que los fenómenos locales pueden tener rápida consecuencia en otras economías relacionadas. En razón de lo anterior puede haber una cierta manipulación de las cifras, aunque sea una práctica universal y validada. El modo más usual es redactar la definición de qué se entiende por tener trabajo, es decir qué se requiere para ser considerado un desempleado, o cesante, sin empleo de eufemismos.
Es conveniente tener estas situaciones claras, no confundir con malabares del vocabulario. El desempleo alude a la falta de trabajo, afecta a una persona que forma parte de la población activa, es decir, se encuentra en edad de trabajar y que busca empleo sin conseguirlo, es la imposibilidad de trabajar pese a su voluntad y esfuerzo.
La cifra se puede amortiguar considerando como personas con trabajo aquellas que hayan tenido remuneradas algunas horas de la semana, lo cual es bueno sólo para las estadísticas, no tanto para la gente, de hecho, en la actualidad chilena más de 700 mil personas que trabajan menos horas de las que les gustaría y estarían disponibles a ocupar. Mientras que el 30% de los trabajadores con educación superior labora en ocupaciones que requieren competencias menores a su preparación académica.
Las situaciones descritas corresponden a una condición de fragilidad para el mundo de los trabajadores, los números y los porcentajes que aplauden o critican décimas más o menos, no revelan lo que ocurre en el mundo real, por ejemplo, si se examina la situación de los jóvenes, se puede observar que la desocupación de aquellos entre 15 y 19 años subió a 26.1%, más de tres punto porcentuales en el último año. Según datos de Clapes-UC, el desempleo para otro grupo, esta vez 15 a 24 años, se situó en 17.2, lo que es más del doble de la media nacional.
El signo inquietante, al saber la repercusión que tiene para el futuro de cada trabajador, es que haya bajado significativamente la cifra de los trabajadores que cotizan por hasta $250 mil que caen a la mitad. Según datos de la Superintendencia de Pensiones, en marzo de 2014 había más de un millón de cotizantes en el segmento de ingresos de hasta $250 mil, cifra que cae a 564 mil cotizantes en el mismo tramo en marzo de 2017; es decir, se da una disminución de 48,38% plazas.
Los mensajes desde el gobierno son optimistas, se examina aumentos de 1.9 por ciento del empleo según el INE, sin describir realmente la calidad de esas plazas laborales, ni desagrupar las realidades, el tradicional ejercicio de mirar vasos medios. Lo que se requiere en cambio es enfrentar una situación que indica que ocho regiones del país tienen una tasa de desempleo mayor a 7% y que aumenta el trabajo por cuenta propia, que es casi la otra cara de la misma moneda. Sincerar la realidad es una condición previa y recomendable.