Bien puede ser el mal del tercer milenio, la depresión, como un cuadro clínico severo a consecuencias de personas que se ven sobrepasadas por las demandas del entorno, por diversas causas, pertenecientes a diversas edades y por sobre consideraciones de género. No se trata de la sensación transitoria de tristeza, melancolía o agobio, sino de un estado clínico de parecidas características, pero sostenidas en el tiempo.
No es una condición que se detecte con facilidad y en muchos casos las sociedades no tienen una imagen adecuada de la situación, que suele ser enmascarada y se hace solo visible en situaciones extremas. Un ejemplo notable de esta circunstancia ha sido expuesto en un último informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), al indicar que Brasil, pese a su imagen de país alegre, que irradia felicidad, muestra la mayor tasa de depresión de América Latina. Según la entidad, el 5,8 % de los brasileños, una población aproximada de 11,5 millones de personas, sufre depresión, superando la media mundial del 4,4 %.
En América Latina, Brasil aparece seguido de Cuba, con un 5,5 %; Paraguay, con el 5,2 % de su población, seguido, con una diferencia no muy marcada, por Chile y Uruguay, ambos con el 5 %. En el continente, solo Estados Unidos, con el 5,9 %, supera el índice brasileño, frente a Guatemala, que presenta las cifras más bajas, con apenas el 3,7 %. Según la OMS, la tasa de depresión en el mundo ha subido un 18 % en apenas una década, mostrando una incidencia mayor en mujeres; 5,1 %, comparado con el 3.5% de los hombres.
Las explicaciones de los expertos consultados frente a estas cifras son eventualmente explicables a situaciones similares en otras partes del planeta, para algunos se trata de la falta de valores de la sociedad, altas espiraciones, en el logro de la felicidad inmediata y en contraparte, inseguridad económica, en un mundo altamente competitivo, sin espacios para los más débiles o menos dotados. Otros agregan que el aumento de los casos de depresión es el actual ritmo de vida, la necesidad de dar respuesta a cada instante, lo que representa una carga, para muchos, insostenible.
La depresión genera un círculo vicioso, por un lado, es incapacitante, la persona con el paso del tiempo disminuye su rendimiento laboral o lo suspende, por otro lado, genera gastos para su tratamiento, que no en pocas ocasiones son cuantiosos. Los medicamentos anti-depresivos controlados, son un apoyo para el tratamiento terapéutico, sin embargo, si ese apoyo falta las personas pueden desarrollar adicción a los anti-depresivos o a drogas ilegales.
La verdaderas cifras suelen ser ocultas, al existir sobre el particular una fuerte carga de prejuicios que rodean a la enfermedad, ante el temor de ser estigmatizada, vista como una debilidad al no comprenderse que alguien pueda estar deprimido, perder su voluntad y alegría de vivir, cuando en realidad, se trata de una enfermedad mental grave, que según la OMS, es la que provoca más suicidios en el mundo, unos 800.000 casos anuales.
De parecida manera al estereotipo de alegría de Brasil, las personas pueden proyectare falsas imágenes sobre sus estados de ánimo, particularmente los jóvenes, que sensibles a la opinión de pares y terceros ocultan sus verdaderos sentimientos a sus familias, una posibilidad que debería ser considerada con más frecuencia.