La exposición de los candidatos está en todos los medios posibles, se empiezan a visibilizar los programas o las promesas, los proyectos a grandes trazos de quienes postulan al más alto y honroso cargo de la administración pública. Sus planteamientos son seguidos por amplios debates en todos los ámbitos, los candidatos son los personajes del momento y de se ha declarado abierta la temporada de encantamiento.
Para los más bien escépticos cientistas políticos, esto último casi una redundancia, el momento actual es el que más se presta-con un amplio margen para la improvisación y la creatividad- para que un candidato realice grandes anuncios sin necesidad de abundar en detalles cómo estos pueden llevarse a buen término. Un especialista, al borde del cinismo, comenta. “este es un momento perfecto para hacer grandes promesas, de ser bien ambiguo, de ser bien general en las promesas. Dado que estamos en un ciclo de primarias, eso es lo que tienen que hacer los candidatos”.
Bajo esa concepción resulta perfectamente explicable que las promesas atractivas tienen una considerable oportunidad de ser consideradas factibles, ya que se emiten en perfecto y utilitario conocimiento de lo que la mayoría de las personas desean o sueñan; la gratuidad universal, mejores pensiones, tren de Arica a Puerto Montt, omitiendo mencionar que los recursos del Estado, de haberlos, no son de libre disposición para quien resulte elegido, hay, en el aparato del Estado chileno una Constitución que pone los debidos resguardos para examinar estas iniciativas, los ciudadanos los han visto funcionar, a veces insatisfactoriamente, pero están allí, los otros poderes que tienen más de algo que decir en lo relativo al uso de los dineros que nos pertenecen a todos.
Los diferentes programas y tendencias políticas de los candidatos están a la vista, en lo que se ha podido saber de ellos, incluso a pesar de paulatinos cambios de énfasis en cuanto a sus convicciones, el ciudadano, posible elector, observa con cautela los mensajes y los antecedentes de cada quien. Ha sido siempre de ese modo, pero en las actuales circunstancias hay un factor gravitante que pudo no haber estado tan presente en otras ocasiones, la desconfianza, el escepticismo y la desilusión de muchos de los eventuales electores, incluyendo un gran número de jóvenes que teniendo pleno derecho a participar en este acto republicano, se reservan, al no sentirse identificados con el presente modo de hacer política.
Se ha observado, por décadas, cómo paulatinamente los actores de la política se desvinculan de las reales necesidades de las personas e invierten su tiempo en maniobras de autoperpetuación, débiles a la hora de conseguir lo que quisieran sus representados. Los proyectos regionales, por ejemplo, más aún, cuando consiguen financiamiento para estas iniciativas, lo exhiben como concesión graciosa, cuando se trata solamente de hacer una de las tareas para las cuales fueron elegidos y por las cuales son generosamente remunerados; obtener para esos fines los fondos que pertenecen equitativamente a todos sus connacionales.
El otro factor que está evidentemente presente es la ética de los actores del mundo político, que debiera ser ejemplarizadora, en un mundo donde con frecuencia se descubren nuevos colectivos inmersos en marañas de procedimientos turbios o enriquecimiento sospechoso. La ética pasa, también, por decir la verdad.