Editorial

El viejo arte de embolinar la perdiz

En el último tercio del siglo V aC, cuando la luminosa Atenas empieza a perder brillo, aparecen ciertos signos ominosos, sospechosamente semejantes a los tiempos actuales, impresión esta última altamente opinable, pero que habría que aceptar de modo tentativo.

Por: Diario Concepción 13 de Mayo 2017

En el último tercio del siglo V aC, cuando la luminosa Atenas empieza a perder brillo, aparecen ciertos signos ominosos, sospechosamente semejantes a los tiempos actuales, impresión esta última altamente opinable, pero que habría que aceptar de modo tentativo. 

La llegada de los sofistas inquietó a los maestros antiguos, eran una suerte de retóricos, a medio camino entre filósofos y charlatanes, que enseñaban el arte de la persuasión, por medio de la palabra, a los jóvenes atenienses deseosos, como todo joven, de rápido éxito social y político.

Como se podría intuir, el costo de estos estudios era elevadísimo, directamente dirigido al ABC1 de la ciudad, infalible mecanismo para captar primero a los más ricos y más tarde a los menos ricos dispuestos a endeudarse hasta el infinito con tal de dar la impresión que pertenecían al mundo de los efectivamente acaudalados.

Cobrando opíparos honorarios, estos flamantes maestros enseñaban de todo, música, filosofía, biología, retórica, teología, entre otras minucias, Protágoras, el más famoso representante de esta corriente, había declarado que el hombre era la medida de todas las cosas. Suena bien, es halagador ser un referente, pero la frase oculta un concepto intrínsecamente venenoso, que en el pensamiento sofista todo es relativo, relativo al hombre, la medida de todas las cosas.

Ya sabemos que los hombres tenemos falencias, que los que tienen poder, tal vez las mismas, pero multiplicadas, mal asunto si nosotros o ellos fuéramos la medida de todas las cosas. Tienen que existir principios mejores, en opinión de Sócrates, el encargado de parar el escándalo, así ha sido hasta aquí, por mucho que se postule que los sofistas tenían razón.

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