Para la lógica, se trata de una falacia sostener la validez de un argumento basándose en la fuerza, en la amenaza o en el abuso del poder, una propuesta difícilmente digerible, como es el caso de "La fuerza hace el derecho".
Lamentablemente, no está en la naturaleza humana obedecer a los llamados de la razón, o a los reglamentos, leyes y ordenanzas. A pesar que pueda encontrarles razón, se encuentra también razones, no pocas veces insuficientes, para no darse por aludido/a, dado lo supuestamente especial de nuestras personas. Entonces, falacia o no, se recurre a los palos.
En este punto puede plantarse si los ciudadanos del primer mundo son genéticamente obedientes a las leyes del tránsito, o han sido condicionados a comportarse adecuadamente con las amenazas de las penas del infierno. Es interesante observar que las multas por diversas y muchas causas en esos países son de montos significativos y la voluntad de cursar infracciones, irrenunciable y frecuente.
Además de las muchas instancias, nadie está libre de la larga y pesada mano de ley y sus entusiastas cuidadores. Mientras tanto se puede admitir un cierto perfil o personalidad con componentes hereditarios, pero dejando un amplio margen de posibilidades de cambio de conducta por agentes ambientales adversos a los infractores de lo reglamentado.
Tal parece que a la buena no vamos a ninguna parte, tendremos que ser como los países desarrollados en esto de portarnos bien, posiblemente no por el convencimiento que hay reglamentos que obedecer, sino porque desobedecerlos significaría que arriesgamos nos quiten las pepas del alma, como decían sarcásticamente las abuelas; con buenas palabras, quien no entiende.
PROCOPIO