Editorial

Entenderse con buenas palabras

Por: Diario Concepción 21 de Abril 2017

El 20 de agosto de 1534, fue condenada María Cazalla, una predicadora voluntaria, santa mujer que no quería más que hacer el bien y asegurar a todos el mejor camino para subir al cielo. No era una mujer fanática o ignorante, muy por el contrario, muy estudiosa y trabajadora, dedicada a las cosas de su casa, sin sacarle el cuerpo a las labores cotidianas.

Lamentablemente, también se le ocurrió escribir sus pensamientos e ideas a personajes ilustres de la época, para peor tenía mucha facilidad de palabra y alta convocatoria. En medio de tanta lectura se encontró con la muy inspiradora obra de Erasmo, añadiendo a sus prédicas renovados bríos.

Mala cosa, la Inquisición andaba cerca, después de haberla encarcelado sin ahorrarle molestias, se procedió a condenarla a una sesión, o varias sesiones, de tortura si esto fuera necesario, para que confesara sus herejías y reconociera el recto camino.

María fue interrogada, buscando su confesión de hechos nefandos, primero una sesión de tracción de todas las articulaciones, seguido por ahogamiento, con baldes de agua sobre la boca para sofocarla, a cada rato se le ofrecía perdón si confesaba sus herejías, no creer en los sacramentos y aborrecer los santos rituales.

No confesó jamás, pero fue condenada igualmente por herejía, como no pudieron quemarla, ya que la acusada se mantuvo en sus trece, la hicieron ir descalza y con un sayo burdo hacia la iglesia, en medio de toda una multitud burlona y agresiva, con una vela en cada mano, escuchar de rodillas toda una misa especialmente interminable con la prohibición de hablar sobre lo que le habían hecho, so pena hoguera.

Pensar que ahora cualquiera dice lo que se le ocurre y se puede hacer famoso sin riesgo alguno.

PROCOPIO

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