Al mirar tribus de niños y no tan niños, embobados frente a una pantalla donde mueren toneladas de zombis, vampiros y terroristas por minuto, gracias a los ágiles reflejos de los operadores de los controles y sus supersónicos dedos pulgares, no queda otra que agradecer a esos calificados combatientes virtuales, sin cuyo concurso el planeta estaría en permanente peligro, como ser una sobre población de muertos vivos, que demuestran alarmantes velocidades de desplazamiento, de vampiros, que manifiestan una preocupante tendencia a ir sobre nuestras yugulares, por no mencionar terroristas con vocación de destructores de las democracias, sin el menor escrúpulo.
Lamentablemente, el desarrollo de esas competencias tiene un precio, la renuncia a usar el resto de los músculos, todos los no directamente involucrados, en forma saludable. Existe la posibilidad que todos estos convulsos y espasmódicos defensores del planeta a base de veloces movimientos digitales tengan a largo o corto plazo, problemas de diverso tipo, adivinables todos, si nos ponemos a pensar.
En contraste, ha habido y hay niños que tienen que aplicarse a fondo para sacar el máximo provecho de aparatos locomotores faltantes o, por diversas causas, limitados. Niños discapacitados en el área motora, que logran con perseverancia aplicar con el máximo provecho lo que tienen disponible.
Dada las características de los primeros, no hay puntos de encuentro, para descubrir ambos, los que se han quedado quietos y los que hacen lo posible por moverse, las aventuras posibles de hacer con el movimiento, unos bien podrían prestar el auxilio físico, los otros, la fuerza de la voluntad. Total, es en el juego de los niños donde se ensaya vivir en sociedad.
PROCOPIO