Editorial

La belleza en el alma del portador

Dejando en paz a Luis XIV, el monarca absoluto por antonomasia, se puede dar una mirada a las abundantes linduras de su corte, elegidas cuidadosamente, con la cara llena de sonrisas todo el santo día, mientras por debajo ocupaban todos sus talentos planeando complots para destruir definitivamente a la competencia, sin escrúpulos de ninguna naturaleza, sin dar ni pedir cuartel.

Por: Diario Concepción 18 de Abril 2017

Dejando en paz a Luis XIV, el monarca absoluto por antonomasia, se puede dar una mirada a las abundantes linduras de su corte, elegidas cuidadosamente, con la cara llena de sonrisas todo el santo día, mientras por debajo ocupaban todos sus talentos planeando complots para destruir definitivamente a la competencia, sin escrúpulos de ninguna naturaleza, sin dar ni pedir cuartel.

No es posible imaginar que una corte estructurada hasta el más pequeño detalle, donde cada paso tenía un explícito manual de procedimiento, el trascendental aspecto de la apariencia personal haya sido dejado en libertad. A pesar que los moralistas andaban por ahí rondando las licenciosas prácticas del siglo XVIII, las gentiles e improbables doncellas usaban toda suerte de artimañas como una declaración de libertad, en correspondencia con la corriente del preciosismo, impulsadas por dominantes damas nobles, asunto apto para el sarcasmo de Moliere en la obra de teatro "Las preciosas ridículas", pero que no impidió la pintura blanca de la cara, con rosado artificial en las mejillas, en parte para disimular los daños de trasnochadas y alimentación pesadísima, con una generosa secuela de ojeras, eritemas y arrugas.

El bronceado se destierra por pueblerino y propio de gente que, horror de horrores, tiene que trabajar, las damas salen con la cara cubierta con una máscara liviana que se sujeta entre los dientes con un pequeño botón, lo cual impide que la nieve del rostro se envejezca y que pase sin falta la dura prueba del espejo.

Es una gran cosa que la belleza actual esté más bien en cuidar lo que le da sustento, la salud corporal, más que capas de recubrimiento, que como todas las cosas superpuestas terminan por caerse.

PROCOPIO

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