Editorial

Efectivo reemplazo de los milagros

Cuando se cae algún proyecto, cuando alguien falta a sus compromisos, que muchos aprendan con envidiable facilidad el delicado arte de sacar la vuelta, la explicación más a mano es que todo aquello es cuestión de raza, que todas estas inelegantes características, se deben a la mala raza, no comparable a otras razas mejores, ante lo cual no queda otra que resignarse.

Por: Diario Concepción 02 de Abril 2017

Cuando se cae algún proyecto, cuando alguien falta a sus compromisos, que muchos aprendan con envidiable facilidad el delicado arte de sacar la vuelta, la explicación más a mano es que todo aquello es cuestión de raza, que todas estas inelegantes características, se deben a la mala raza, no comparable a otras razas mejores, ante lo cual no queda otra que resignarse.

Puede que existan razas así, culturas a las cuales se les atribuye esta característica, la de ser trabajadores constantes, irreductibles, para seguir intentando hasta salir a flote. Es más bien discutible que se trate de una afortunada combinación de genes, hay mucha más evidencia que se trate de una diferencia positiva en el desarrollo de los valores y su implementación. Con un valor en particular; la constancia, aquella que casi siempre está acompañada de logros. Es esa la virtud que mueve a hacer lo necesario para alcanzar las metas propuestas, pese a dificultades o a la disminución del entusiasmo con el paso del tiempo.

Para los más envidiosos, que ven el éxito como una avalancha abrumadora e inesperada de inmerecida buena suerte, puede ser duro reconocer que la mayoría de las veces el éxito no aparece de forma repentina y no tiene nada que ver con jugar a la ruleta. El éxito está formado más bien por el trabajo, la constancia y la perseverancia.

La sabiduría de los tiempos no se equivoca, pone en la mente de hombres de todas las épocas las mismas ideas de base; dando a entender lo que hace falta. La gota horada la piedra, no por su fuerza, sino por su constancia, para un romano de tiempos de Augusto, Ovidio. 

Para todos los demás, queda la opción del milagro, que a veces ocurre, aunque muy pocas veces.

PROCOPIO

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