Para muchos, que ven pasar con indiferencia meses y años sin grandes molestias, es perfectamente desconocido qué es lo que se requiere para que la compleja maquinaria del cuerpo y la mente marchen como es debido, sin ruidos ni llamadas de atención.
Falta entender que somos, todos nosotros, unas máquinas biológicas de inconmensurable complejidad, tanta que, además de asombrarnos día a día con el descubrimiento de nuevos mecanismos, progresivamente más pequeños e intrincados, está el convencimiento que nos falta muchísimo por descubrir y que estamos más lejos de lo que al principio parecía; el día aquel en el cual el hombre, la especie soberbia, tendría en su poder todas las herramientas para hacerse cargo de todos los problemas de su propia biología y ser poco menos que dioses, renovándonos y renaciendo a voluntad. Sin otra barrera que la imaginación.
Ya sabemos que no será de esa manera, por lo menos en el corto plazo, que hay tantos espacios para la ignorancia en esto de estar sanitos y contentos, que es posible que en esos espacios sobrevivan ideas, procedimientos y creencias que, si fueran examinados, se descubriría que han estado allí por miles de años, remotas supersticiones y datos secretos para curarse de todos los males.
Mientras tanto, la medicina avanza en tecnología prodigiosa, ya está aquí, solo que con costos faraónicos, no para el común de los mortales que, sin financiamiento suficiente, ni nadie que se lo obsequie, serán más mortales que los otros. Los encantamientos y actos rituales, la recuperación de la salud por medios alternativos son opciones por confirmar. Mientras tanto, hay que dar una mirada a nuestra máquina maravillosa, casi todos sabemos cómo darle el debido cuidado.
PROCOPIO