Editorial

Una gran y pesada piedra redonda

Por: Diario Concepción 28 de Marzo 2017

El siglo XVIII, cuando se estaba construyendo unos desagües en la Plaza del Zócalo, en el centro de ciudad de México, encontraron la Piedra del Sol; se conocía su existencia, por abundantes dibujos en viejos códices. Todos se quedaron con la boca abierta, allí estaban las cuatro edades en las cuales los aztecas dividían la vida del mundo, los 360 días del año solar, los 20 días de cada uno de los 18 meses del año, las semanas, las noches, los días, las predicciones del futuro, más otras cosas que todavía están por descubrirse. 

Pasada la novedad y el entusiasmo, la piedra quedó por allí, al aire libre, sin vigilancia alguna, todos confiados en que debido al peso y al tamaño inconveniente, a nadie se le ocurriría llevársela para el jardín de su casa. Todo bien, hasta que se les ocurrió ponerla, para mayor seguridad, en una de las paredes de la Catedral, profundo error, los indios llegaban a adorar su piedra sagrada y todos los otros a tirarle piedras y basura, al considerarla un insufrible testimonio de paganismo. 

En 1964, con grandes dificultades y no menor esfuerzo, se logró ubicarla al fin en un sitio seguro y hasta aquí definitivo, la piedra de basalto, con sus casi cuatro metros de diámetro y veinticinco toneladas de peso, donde debía estar; el magnífico Museo de Antropología e Historia mexicano, en la capital de la República.

La duda razonable, ante la evidencia de esa obra ejecutada el siglo quince, es cuánto quedará de nuestras propias obras a similar distancia, cuando se descubra, por ejemplo, restos de extraños objetos construidos con materiales sintéticos de vieja tecnología, con los cuales, cuenta la leyenda, la gente se comunicaba con otros descomunicándose de los que tenían al lado. 

PROCOPIO
 

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