Estamos acostumbrados a las malas noticias, compramos el diario, oímos la radio, encendemos el televisor, para tener nuestra diaria ración de malas noticias.
Estamos acostumbrados a las malas noticias, compramos el diario, oímos la radio, encendemos el televisor, para tener nuestra diaria ración de malas noticias. Es cierto que nos quejamos con amargura de esas circunstancias- podrían dar buenas noticias, reclamamos- pero ellos saben más que nosotros y nos dan de vez en cuando una buena, en medio de una generosa e indispensable porción de las otras. Ojalá al final, un osito en un zoológico alemán, un gato volador. Algo que nos deje la impresión que en el fondo somos buenas personas y que el mundo sigue su curso a pesar de tanta desgracia. Adormecidos.
Sin embargo, hay malas noticias que no deberíamos dejar pasar, como una encuesta sobre maltrato infantil, para no dedicarnos al inconmensurable fenómeno de violencia intrafamiliar.
Es que muchas veces los niños no la pasan bien, no se les presta atención, deben obedecer incluso órdenes arbitrarias y tontas, no tienen importancia política, porque no votan. Todos hemos estado allí, con diversa suerte, podemos recordar y a veces no y, sin embargo, de esas cosas que pasaron depende en parte nuestras maneras de ser, lejos de los planos de la conciencia. Así, aunque hayamos aprendido a parecernos, somos en realidad muy distintos dependiendo en parte de la calidad de nuestras primeras experiencias.
Es cierto que se manifiesta indignación, que se publican artículos inflamados de noble altruismo, de cacareado compromiso. Pero hay algo que no cuadra y es la dimensión y extensión del problema, andan por ahí demasiadas personas con cara de inocencia, no son suficientes los con cara de malos como para explicar los porcentajes de la descarnada y negra estadística.
PROCOPIO