Al mirar la primera hoja del nuevo calendario, es posible recordar a sus gestores; los inefables romanos, creadores del primero, con diez meses, desde Martius, por el agresivo dios del mismo nombre, Marte. Aprilis, de abrir, seguido de Maia, la diosa de la floración. Juno, la sufrida esposa de Júpiter, da su nombre al cuarto de los meses primitivos, los otros quedaron innominados, sencillamente con el orden numérico; Quintilis, el quinto, y así sucesivamente, October, November, de octavo y noveno, seguido del décimo, December.
Los dos meses de invierno, no contaban, los ejércitos se retiraban a sus cuarteles, entraba en receso la actividad política y pasaba poco o nada más que protegerse los ciudadanos del frío, a la medida de sus recursos. Más tarde se agregó dos meses; Enero, de Jano el Dios de la puerta y Febrero, por febrilis, el festival de la purificación.
Como había varios detalles de desajuste, producidos por ese famoso cuarto de día después de los 365 que se demora la tierra en dar su tour alrededor del sol, Julio César, con su astrónomo favorito, Sosígenes, patenta su famoso calendario el año 46 ac, el cual, con leves modificaciones nos es perfectamente útil hasta el día de hoy.
Acordándose que su nacimiento había ocurrido justamente el quinto mes, Quintilis, le cambió el nombre a Julio, justo reconocimiento al autor intelectual de semejante joyita. Su hijo adoptivo, Octavio, más tarde Augusto, hizo unos pocos cambios, el principal, poner su nombre al mes que seguía; agosto, por augustus. Al descubrir que tenía treinta días, uno menos que julio, le quitó uno a febrero y su mes quedó, como debía ser, a lo menos igual. Augusta pataleta, pero en fin, eran otros tiempos, de Sosígenes nunca más se supo.
PROCOPIO