Hay gente que nace con mala sombra, Eurípides, por ejemplo, un nombre asociado al teatro griego, uno de los autores dramáticos más importantes del mundo clásico. Lo único malo es que si sus tragedias fueron tremendas, su propia vida fue otra tragedia, solo que más larga y más verdadera.
Rivales, como Aristófanes, se las arreglaban para hacer circular el infundio que su mujer le engañaba y que por eso se había divorciado y vuelto a casar, pero que la segunda le había salido peor, además de boicotearle, mediante manifiestas malas maniobras, los concursos a los cuales se presentaba.
La obras de Eurípides eran sorprendentes, fuera, por lejos, de lo tradicional, los héroes ya no eran de mármol, tenían todas las características de los hombres, con sus flaquezas y debilidades, sus personajes hablaban el lenguaje de la calle, sacaba a relucir la corrupción y las bajezas, pero al mismo tiempo el heroísmo, la dignidad y la pasión del hombre común. Adelantado, no hizo diferencias de género, así que en sus obras había mujeres protagonistas, tanto buenas como pésimas.
El problema de nuestro héroe es que le sucedió una cosa muy sencilla; él no quería al público y el público no lo quería a él. Puede ser porque a diferencia del popular Sófocles, que retrataba a sus personajes como los hombres deberían ser, Eurípides los muestra tal y como son. En términos contemporáneos, era políticamente incorrecto, pero dispuesto a pagar el precio de ser consecuente. Según la tradición, murió en autoexilio, en Macedonia, aburrido de Atenas. Jamás se enteró que su obra sería inmortal.
A él pertenece la frase, "a quien Dios quiere destruir, primero lo enloquece", no se sabe si se refería a sus rivales, o a él mismo.
PROCOPIO