Uno de los cuadros más famosos de Andrew Wyeth: "El mundo de Cristina" de una engañadora simpleza , ocho décimas de la tela con una suave colina de un color pasto seco, con una gama riquísima de amarillos, blancos y ocres, pintados pasto por pasto, al mirar el detalle. Un horizonte muy alto y curvo de color azul grisáceo, en el cual se destacan cuatro construcciones de madera, una suerte de bodega al centro y una casa de dos pisos con mansardas en el techo, de igual color, blanco y gris, en el lado derecho. Paisaje desolado.
El personaje central y único es una muchacha tendida en el prado, intentando avanzar hacia la casa que parece estar fuera de su alcance. Y así es, Cristina era poliomielítica y no podía caminar, tiene los brazos muy delgados, en la pose de gateo, no se le ve la cara, sólo el pelo oscuro despeinado por un poco de brisa. Wyeth pintó esa tela en 1948, inspirado por la valentía de esa muchacha, luchando por superar su dura existencia.
El testimonio de esa pintura es de soledad y abandono, ya que las casas del paisaje están sin indicios de habitantes, que nos hace darnos cuenta de que cada uno de nosotros es una isla, que en el fondo, frente a la enfermedad y el dolor estamos abandonados, podemos ser auxiliados, consolados, apoyados, pero en el fondo somos sólo nosotros los enfermos, los adoloridos.
Sin embargo, como las islas, podemos extender puentes a otros seres y sentirnos acompañados. Es ahora mismo, cuando estamos relativamente bien, el momento de construirlos, de establecer vínculos afectivos sin soberbia, sin ánimo utilitario, para disponer de una estructura de soporte, que nos sirva para ayudar y ser ayudados, cuando llegue el momento de las vacas flacas.
PROCOPIO