Lo volvemos a hacer, a pesar de experiencias repetidas que comprueban que los buenos propósitos que uno suele plantearse al iniciar un nuevo año, con la mejor buena fe y excelentes intenciones, suelen irse esfumando con el ajetreo de todos los días y el festival de novedades, no todas buenas y urgencias, no todas legítimas, del diario vivir.
En medio de palmadas en la espalda, de abrazos traumáticamente afectuosos, nos deseamos cosas, las que a nadie le sobran; salud, felicidad, paz, amor, riqueza, éxito, en fin, como suele decirse; "en el pedir no hay engaño". Creo que todos lo decimos con sinceridad, un poco más allá de la razón, invocando a fuerzas desconocidas y remotas que a lo mejor están relacionadas con el destino.
Para los escépticos, el ayer ya no te pertenece, el mañana no puede asegurarse. No debería ser el caso, la vida es un bien preciado, el más importante de todos, entonces es importante todo lo que incluye la vida, nuestro pasado, lo que tenemos ahora y una no despreciable cuota de esperanzas y sueños. Se recomienda vivir el día presente, carpe diem.
La frase en cuestión, pertenece al poeta Horacio del año 65 a.C., figura en una de sus odas, en el contexto de la poca fe que le merecen las promesas del futuro, "mientras hablamos el implacable tiempo sigue huyendo, disfruta del día de hoy y confía lo menos que puedas en lo que vendrá", en otra parte advierte que las postergaciones de los bienes presentes pueden ser mañana motivo de lamentaciones, porque las oportunidades son fugaces.
Tanta reflexión no puede estar equivocada, así que es altamente recomendable mirar para todos lados y contare las cosas buenas que tenemos, en vez de apagar la luz a un futuro que no ha llegado.
PROCOPIO