Es sabido que nuestra especie ha sufrido cambios evolutivos notables con el paso del tiempo. Específicamente en cuanto al tamaño de órganos, partiendo de la base que estos tienen diferentes consumos energéticos, los que requieren más, en relación proporcional a su peso, son el corazón, riñones, cerebro y tubo digestivo. Siendo estos últimos muy parecidos en esto de usar energía.
El tubo digestivo, desde la boca al extremo opuesto, pasando por faringe, esófago, estómago e intestinos, tiene una longitud de nueve metros. Se ha sugerido que el incremento cerebral de nuestra especie ha sido posible por una disminución de este tubo, al no poder aumentarse indefinidamente la tasa metabólica.
Tras unos pocos millones de años, tenemos el cerebro más grande y más consumidor y un sistema digestivo desproporcionadamente pequeño para un primate de nuestra talla.
Mediante este astuto recurso, se pudo negociar un aparato digestivo de menor tamaño para dar espacio a un desarrollo encefálico mayor, primero para poder ser competidores eficaces a la hora de pelear por abastecimientos en los supermercados de la selva y, en segundo, pero no por eso menos importante aspecto, de lidiar con las complejidades crecientes de la actividad en grupos y sociedades. Nuestros hirsutos predecesores no la llevaban fácil, no hacía demasiado que se habían bajado de los árboles y nadie parecía particularmente dispuesto a cederles territorio graciosamente.
Ha llegado la hora de otro impulso, para el mundo que viene se necesita aún mejores cerebros, con más altos requerimientos, está por verse a costa de qué.
PROCOPIO