Cuando la vida era más simple, la peor consecuencia de trabajar mucho era quedar cansado, como perro, solía agregarse, en el sentido de andar por ahí con la lengua afuera, después de haber trabajado como negro, otra analogía que parte de la base que los negros son particularmente trabajadores, asunto que tampoco tiene la base cubierta.
Cuando la vida era más simple, la peor consecuencia de trabajar mucho era quedar cansado, como perro, solía agregarse, en el sentido de andar por ahí con la lengua afuera, después de haber trabajado como negro, otra analogía que parte de la base que los negros son particularmente trabajadores, asunto que tampoco tiene la base cubierta.
La modernidad ha cambiado ese resultado, ahora lo que más hay en el ambiente laboral es ansiedad, en algunos sectores se detecta que el 80% de los trabajadores ya padece esta enfermedad, y la mayoría de estas personas apenas ha cumplido los 25 años de edad, se advierte que la mitad de los casos lo sufre de manera frecuente, diaria o semanal.
En el caso de los jóvenes, hay muchos que estudian y trabajan, implicando una doble carga de esfuerzo. Sin embargo, esto era así desde hace mucho, sin la consecuencia moderna. Lo que ha cambiado es que las tecnologías capacitan a los jóvenes para desempeñarse en posiciones antes ocupadas por gente mayor y, en consecuencia, son sometidos a demandas más altas, las que sumadas a los cambios valóricos conforman un cóctel letal, la impaciencia por ascender con rapidez y la urgente ambición de tener de todo en plazo breve.
Muchos de estos jóvenes relatan preocupaciones frecuentes; viven pensando en tareas futuras en lugar de disfrutar el presente y muchos sienten que no tiene tiempo suficiente para finalizar sus tareas y manifestaba una constante sensación de que no llegar nunca, todos síntomas indicadores de ansiedad.
Tal parece que será necesario abrir un espacio temprano en la educación para introducir un ramo nuevo que nos enseñe a bien vivir, antes que de correr en busca de metas cada vez más exigentes se nos acabe la vida.
Procopio