Que los animales aún sean vistos como objetos, o seres inanimados, muestra lo mucho que nos falta como país para avanzar a un entendimiento profundo del significado de la vida en comunidad. Prohibir su uso como objetos de entretención en circos es sólo un buen inicio. Hay muchos otros animales abusados, no solo los salvajes, a veces en cautiverios insoportables.
Uno de los argumentos más usados para negarles a los animales el reconocimiento que se merecen, tiene que ver con la acusación que se está cayendo, sin darnos cuenta, en el antropomorfismo: asignar emociones y características humanas a seres que no lo son.
Se podría argüir que esto implica pensar, erróneamente, que el elefante sufre y está a disgusto mientras hace esos malabares y entrena para aprenderlos, que está contento mientras aprende trucos a pinchazos. Que es equivocado pensar que el león sufre en su jaula y que no es cierto que sería mejor para él caminar y vivir en la sabana africana. Dado el gran abanico de emociones que los animales usan para expresar y comunicar, resulta difícil pensar como Descartes, para quien son sólo autómatas.
Mientras sigue esta discusión que puede resultar interminable, sería bueno prohibir los carretones, en pleno desarrollo de vehículos motorizados. Pobres animales, flacos y magullados, con una carga abusiva y un auriga despiadado, que añade su propio peso y su indiferencia. Se puede hacer, otros municipios latinoamericanos lo han logrado. En realidad no hay argumentos válidos, la presencia de esos caballos, malnutridos, parados y cargados a pleno sol, o a plena lluvia, sin cobijo, es intolerable. Falta hacer la tarea.
PROCOPIO