Con grandes dificultades el hombre aprendió a hablar, hace unos pocos millones de años, no ha sido cosa fácil, ni se produce espontáneamente, sin educación. No hay algo así como un lenguaje genético, que un ser humano pueda, sin modelo, hablar de corrido, posiblemente no tenga más que gruñidos, como antes. Una situación que puede regresar fácilmente si el lenguaje no se cultiva, como existe abundante evidencia.
Sin embargo, no nos quedamos sin nada que decir si nos quedamos sin palabras, se puede expresar las llamadas siete emociones universales; miedo, tristeza, ira, asco, desprecio, sorpresa, felicidad, que resultan de los pensamientos, sentimientos y estados anímicos y que al estar conectadas de un modo natural e inevitable con el cuerpo, reflejan las diferentes situaciones a las cuales nos enfrentamos, consciente o inconscientemente se expresan de alguna manera, a veces muy a nuestro pesar.
La mayor parte del tiempo el cuerpo nos delata, así como la expresión facial, a menos que conscientemente hagamos algo al respecto, para contener los mensajes, que de todos modos no se escapan a un lector avezado, o a un espectador sensible.
Vivimos en sociedad, permanentemente esta sociedad se encarga de avaluar a cada uno de sus integrantes, es un juego permanente con consecuencias prácticas, por la lectura de los mensajes que emitimos conscientemente y por esos otros mensajes, aparte del lenguaje, como se ha descrito y que tienen, eso sí, mucha importancia. A veces más que el lenguaje verbal lo que define la situación es el otro el lenguaje de lo que no se dice, el más auténtico. Debe ser por eso que algunos convencen y otros no, a pesar de un catarata de palabras arrobadoras, nada de nada.
PROCOPIO