Desde hace años, parece haber aumentado un fenómeno socio educativo que está causando problemas de convivencia en el seno de las familias.
Desde hace años, parece haber aumentado un fenómeno socio educativo que está causando problemas de convivencia en el seno de las familias. Parece simple, pero no lo es; parece que no se sabe quién manda, o esto de andar mandando por ahí no corresponde a una sociedad post moderna, puestas así las cosas, los más pequeños empiezan a pasar por el gran forado de las permisividades, concedidas por diversas razones, aplicando la viejísima ley del refuerzo de las conductas mediante el premio. En términos sencillos, pasarlo bien es más grato que pasarlo mal. Comer cosas dulces es mejor que comidas un tanto insípidas o de sabor complejo reunidas bajo el sospechoso título de comida saludable. Ver la tele hasta la fusión de la pantalla es mejor que estar haciendo interminables e inútiles cálculos matemáticos. Quedarse en cama es mejor que levantarse a horas mitológicas para ir a latearse al colegio.
El resultado es un personaje quejoso y remolón, satisfecho sólo si le dicen que bueno o tiene todo lo que desea, pidiendo tanto que rara vez está auténticamente satisfecho o tranquilo. Siempre tras otro capricho, estamos con ellos en permanente estado de deuda.
Este cuadro, muchas veces denominado el Síndrome del Emperador, ha sido objeto de numerosas publicaciones, con una lucha constante de planteamientos con respecto a la etiología, o sea a la causa de estos comportamientos, si esta se encuentra en la herencia, o es un resultado del aprendizaje.
Publicaciones o no, hay aquí una forma de conducta inaceptable, digna de remodelación, con padres cariñosos aunque con una adecuada cuota de autoridad, o nos vamos a llenar de malcriados, algunos de ellos irreversibles. Es cuestión de mirar disimuladamente lo que pasa alrededor.
PROCOPIO