Se supone que hay una edad que debiera mostrar signos alentadores de cambio en la dirección de la madurez, que en tiempos remotos se ubicaba más o menos a los 18 años, como en Roma, la edad de Octavio, posteriormente Augusto, cuando tuvo que hacerse cargo de los asuntos de su tío Julio César, a pesar de fuerte opinión en contrario de otros interesados mayores. En otras épocas, esa edad, la mayoría de edad era la adecuada para hacerse cargo de gobiernos, negocios, empresas y otros emprendimientos de gente grande.
En la actualidad, los jóvenes de esa edad están protegidos y alejados de tamaños padecimientos por muchos otros años, en un marco de moratoria psico- social, gentil regalo de una sociedad protectora, para darles espacio a una educación larguísima que eventualmente los capacite para sobrevivir en este mundo hostil. Aunque hay un grupo de jóvenes que no pueden darse ese lujo y tendrán que enfrentar desde temprano los rigores de la vida real, que no suele tratar con suavidad a nadie.
Hay un signo odontológico para esa etapa, la erupción del último de nuestros molares, que suele ocurrir, con grandes variaciones, aproximadamente a los 18 años. Como la sabiduría popular no suele equivocarse, en diferentes culturas la muela en cuestión se asocia a un estado de mayoría de edad mental. En Italia, diente del giudizio, en Portugal dento do siso, o sea el seso, En Francia, dent de sagesse, o de la sabiduría, los romanos de antes la denominaban dens sapientiae, que corresponde al wisdom tooth en Inglaterra, con nombres de igual significado en persa, chino, hebreo y árabe, sin terminar la lista.
Sin embargo, hay fuerte evidencia que está haciendo falta aún otra muela del juicio para mayor tranquilidad de todo el mundo.
PROCOPIO