Editorial

El costo de los destinos inciertos en educación superior

La mayor conciencia pública de este tipo de circunstancias, hace poco de bajo perfil, como la autonomía y la acreditación, más los eventuales resultados de la Reforma Educacional sobre financiamiento de las instituciones o el acceso a gratuidad, permite visualizar un escenario complejo para muchas instituciones con relativa labilidad de sus proyectos.

Por: Diario Concepción 02 de Octubre 2016

Bien puede ser que el mundo de la educación superior chilena se encuentre en el extremo del péndulo, en su estado de mayor crecimiento y que esté en la etapa de evaluación para saber si el péndulo se queda allí o vive un retroceso. Los elementos cuantitativos de este fenómeno son conocidos: en Chile, 1.152.125 alumnos estudian en el sistema de educación superior, casi el doble de la matrícula total registrada en 2005, según datos del Consejo Nacional de Educación (Cned), un aumento asociado a la creación, por parte del Estado, del Crédito con Aval del Estado (CAE), que hizo posible el ingreso de alumnos que con esta ayuda costean parte del arancel de referencia de las carreras.

A diez años de distancia de esa iniciativa, el sistema parece haber encontrado el punto de máximo crecimiento, ya que desde el año 2013 el número de estudiantes que ha ingresado a primer año no ha mostrado aumentos, en efecto, en 2014 se habían matriculado 341.044 alumnos en algunas de las 162 instituciones de educación superior; centros de formación técnica, institutos profesionales y universidades, una cifra que cae levemente, por primera vez en una década, para quedar en 340.931 al año siguiente.

En los últimos cinco años, el número de estudiantes jóvenes egresados de cuarto medio que ingresa inmediatamente a la educación superior ha tenido una disminución constante, pasando de 206.058 egresados en 2010 a 190.957 en 2014, lo que representa un decrecimiento de un 7,3%.

Con el caso emblemático del cierre de la Universidad del Mar en 2012, por lucro e irregularidades en su acreditación, se puso a prueba a toda la institucionalidad de la educación superior, por el tamaño del plantel y la gran cantidad de estudiantes perjudicados. Siendo la institución más grande en crisis, no es la única: en la última década cerraron otras 76 de los tres ámbitos aludidos, involucrando a más de 37 mil alumnos. Cada uno de los cuales y sus respectivas familias tuvieron que enfrentar las consecuencias, económicas y financieras. No es de extrañar que los alumnos acusen que estas situaciones los dejan desamparados y piden que exista una planificación del sector.

En su momento, de Susana Giacamán, vocera de los alumnos de la U. del Mar, dijo que la clausura trajo "un sentimiento de inseguridad, desamparo y angustia, porque no sabes si tu título tendrá validez. Te sientes desamparado por el Estado, y eso genera desconfianza". Hay consideraciones de diversa índole, desde la lógica del mercado que estimuló la creación de instituciones y carreras aprovechando las amplias brechas de desregulación, sin resguardos en lo concerniente al mercado laboral, a instituciones que no cumplían cabalmente con parámetros de aseguramiento da calidad.

La mayor conciencia pública de este tipo de circunstancias, hace poco de bajo perfil, como la autonomía y la acreditación, más los eventuales resultados de la Reforma Educacional sobre financiamiento de las instituciones o el acceso a gratuidad, permite visualizar un escenario complejo para muchas instituciones con relativa labilidad de sus proyectos. Un factor a tener en cuenta al postular a las instituciones de educación superior chilenas.

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