Los resultados que se aprecian en los países con mayor descentralización están marcados por incrementos de la inversión local, ampliación y mejoramiento de los servicios municipales y avances hacia un desarrollo más integral, que contribuye a la generación de empleos y a reducir la pobreza.
Como se suele ser autorreferentes, tal parece que la descentralización es una meta distante, una suerte de aventura de impredecible resultado, aunque con grandes esperanzas. Por una parte, se reconoce que las cosas como están organizadas ahora no funcionan como se debe y que la hipertrofia cefálica del país aumenta, mientras la brecha de desarrollo de las regiones con la capitales se hace cada vez más evidente, impedidas de generar riqueza y actuar con más fuerza en el proyecto colectivo de la nación.
Un análisis en esta materia ha sido efectuado por Mario Rosales Ortega, cientista social de la Universidad Católica de Lyon, Consultor del Observatorio Latinoamericano de la Descentralización, quien empieza por establecer que este tipo de iniciativas nos son realmente optativas, ya que han resultado de los primeros esfuerzos de descentralización, por imperativos endógenos y presiones internas: pluralidad étnica, tensiones religiosas, crisis económicas, demandas de las minorías por participación y representación y presión para mejorar la gestión territorial.
Se expone que, en una fase posterior, han entrado en juego factores exógenos, que alientan a nuevos actores a participar en un ámbito internacional globalizado y la presión que ejercen las organizaciones internacionales -como el Banco Mundial y la Unión Europea- que exigen reformas descentralizadoras a quienes desean trabajar con ellos.
Históricamente, América Latina es un continente en el cual el centralismo colonial cedió en parte en los procesos de independencia, con los cabildos en diferentes ciudades, pero a partir de allí los países emergentes han reforzado la centralización política y económica, solo durante las décadas de los ‘80 y ‘90, los cambios democráticos en la Región han propulsado reformas del Estado con descentralización, Aunque la situación varía de un país a otro, este primer ciclo de políticas no generó los resultados esperados y existen problemas sociales, económicos y políticos, como lo muestra nuestro caso.
En consecuencia, en varias naciones de Latinoamérica, se integran estrategias correctoras del paradigma neoliberal, que incluyen políticas sociales y mayor preocupación por el desarrollo gobiernos nacionales democráticos, que estimulan la elección popular de las autoridades locales. Si bien en 1980 en pocos países se elegía a los alcaldes y concejales, en la actualidad todas las naciones poseen gobiernos municipales electos por sufragio universal.
Si se hace una comparación sobre el progreso de la descentralización en A. Latina entre los años 1980 y 2009, se puede observar que el porcentaje de gasto de gobiernos intermedios y locales en relación con el gasto del gobierno central corresponde, en promedio, a 11.6, para aumentar a 18.9. Brasil, por ejemplo, en igual periodo aumenta de 32.4 a 55, Argentina de 22 a 50.8. Mientras chile, en igual lapso, pasa de 3.7 a 14, aún por debajo de la media regional.
Los resultados que se aprecian en los países con mayor descentralización están marcados por incrementos de la inversión local, ampliación y mejoramiento de los servicios municipales y avances hacia un desarrollo más integral, que contribuye a la generación de empleos y a reducir la pobreza, además de abrir nuevos espacios de participación.
Es decir, la realidad se condice con los argumentos para avanzar en esa dirección, la fuerza de estos avances debe generarse justamente en las regiones, difícilmente habrá cambios por generación espontánea.