Millones de personas en el mundo optan por tener una mascota, no sólo por su función de guardián, sino también por el afecto que emana de esta relación. Afecto que se traduce en una mayor sensación de bienestar y salud.
Millones de personas en el mundo optan por tener una mascota, no sólo por su función de guardián, sino también por el afecto que emana de esta relación. Afecto que se traduce en una mayor sensación de bienestar y salud.
Se sabe, por ejemplo, que tener una mascota reduce significativamente la respuesta hipertensiva al estrés. Más aún: el apego a las mascotas disminuye la probabilidad de presentar depresión, insomnio y ansiedad. Esto es relevante en el caso de adultos mayores con escasa red de apoyo, donde muchas veces su "compañero" pasa a ser su única compañía. La tenencia de un perro propicia la actividad física, mejorando su salud cardiovascular.
En el caso de los niños, se sabe que la relación con los animales potencia el desarrollo de habilidades sociales, la psicomotricidad y el lenguaje. Igualmente incrementa su sentido de responsabilidad, los valores morales y la capacidad de empatizar. En definitiva, se puede asegurar que convivir con una mascota, en la medida que se resguarden los riesgos correspondientes, constituye una fuente permanente de factores protectores.
Gandhi dijo alguna vez que "la grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por el modo en el que se trata a sus animales". Los antiguos griegos ya habían consignado que "el alma es la misma en todas las criaturas vivientes, aunque el cuerpo de cada una es diferente". 2500 años después, Juan Pablo II proclamaba que los animales sí poseen alma.
Algunos no estarán de acuerdo, pero sea como sea, es innegable que para quienes sí tienen mascotas: los beneficios de esta relación son incontables, partiendo por su compañía incondicional y permanente optimismo.