En otros tiempos de vergonzante machismo, el consejo femenino ancestral indicaba, con irrevocable certeza, que el camino más corto al corazón de un hombre pasaba por estómago. A la luz del desarrollo actual de la sociedad, puede que este consejo sea una imperdonable barbaridad, mentira flagrante e irreverencia insoportable. En fin, eran otros tiempos, los de la vida rural, el analfabetismo y la falta de cultura, que hicieron posible la supervivencia de tamañas falsedades.
Sin embargo, como toda propuesta endeble, suele haber algo de cierto y, en algunos casos, tanto de cierto que parece que el mito fuera más auténtico que la ley de la gravedad universal.
Los antecedentes pueden estar en nuestro historial filogénico; cómo el hombre, en su condición de especie, ha evolucionado con el paso de algunos, no demasiados, millones de años.
Hay que partir de la base que en el cuerpo humano los órganos de mayor consumo energético, en relación proporcional a su peso, son el corazón, riñones, cerebro y tubo digestivo. Siendo estos últimos muy parecidos en esto de usar energía. El tubo digestivo, desde la boca al extremo opuesto, tiene la no despreciable longitud de nueve metros. Se ha sugerido que el incremento cerebral de nuestra especie ha sido posible por una disminución del volumen del aparato digestivo, al no poder aumentarse indefinidamente la tasa metabólica.
Como resultado, tenemos un cerebro proporcionalmente más grande y más consumidor y un sistema digestivo desproporcionadamente pequeño para un primate de nuestra talla, podemos entonces ser muy selectivos para alimentarnos, hasta el extremo de convertir esta práctica en arte, si es así, es más comprensible la muy premiada ruta al corazón.
PROCOPIO