Al británico Winston Churchill se les atribuye aquella famosa frase sobre la democracia: "no es perfecta, pero es lo mejor que tenemos". En realidad, su verdadera cita difiere un tanto de la versión popular, responde más al flemático sentido del humor británico. A saber: "La democracia es la peor forma de gobierno, excepto por todas las otras formas que han sido probadas de vez en cuando".
Hoy, en tiempos democráticos, de democracias imperfectas, de agoreros apocalípticos y rasgadores de vestiduras semiprofesionales, sabemos muy bien que el proyecto piloto implementado por Pericles en Atenas allá por el siglo V (AC) tiene sus ripios y que muchos – tal vez demasiados- de nuestros líderes, se muestran con frecuencia, demasiado inclinados a prebendas, beneficios, estímulos y compensaciones. Sabemos cómo se toman muchas de las grandes decisiones, algunas de ellas han salido a la luz pública, seguidas de lamentos, arrepentimientos y promesas de nunca más.
Claro está, es muy humano sentir que en la época en que nos tocó vivir se toca piso, y que todo tiempo pasado fue mejor, pero en asuntos de corruptelas, se trata de un juicio infundado. Y es que más que un vicio de tal o cual sistema de gobierno, el aprovechamiento del poder parece ser una condición transversal, una característica propia de la naturaleza humana. Como un pequeño ejemplo remoto, en las postrimerías del siglo VIII AC, Hesíodo, emplazaba a sus gobernantes "¡Reyes, devoradores de regalos, enderezad vuestros discursos, y olvidaros de una vez por todas de torcidos dictámenes!".
Es evidente que estos notable versos del poeta-campesino en "Trabajos y Días", no han perdido vigencia. La gran pregunta es, qué hacemos hoy para que en 2.800 años ya no sea necesario volver a citarlos.
PIGMALIÓN