Los niños suelen tener malos hábitos y solo piensan en el presente, ignoran el futuro… Lloran y sollozan más por la pérdida de una manzana que de una herencia. Desean todo lo que ven y tratan de conseguirlo por todos los medios… Sonríen tan pronto como lloran y gritan, parlotean y ríen. El párrafo pertenece al sermón de un monje inglés del siglo XIII, y no, como pudo haberse pensado, a una infortunada declaración en plena campaña para ser presidente de EE.UU.
Hay que conceder que en ese tiempo la infancia tenía menos valor que hoy. La verdad es que no se invertía demasiado capital afectivo, sobre todo en las familias pobres, ya que las condiciones de vida eran tan paupérrimas que la sobrevida de los pequeños era difícil: entre el 50 y el 60% moría antes de los cinco años. En la época clásica de China, el nacimiento oficial de un niño se registraba cuando cumplía un año de vida, en razón de la elevada mortalidad precoz.
A diferencia de la declaración del monje, posiblemente con más de algún sermón estropeado por los inagotables chillidos de algún bebé agnóstico, los niños eran muy apreciados por la clase más modesta. No tanto las niñitas, ya que si se les mantenía con un mínimo de inversión, podían ingresar pronto a las tareas cotidianas y agrícolas, sin consideración su poco desarrollo físico. Total, se podía criar otros en caso de eventual escasez de mano de obra.
La educación moderna se diferencia en que hay mucho más que enseñar para que el niño sirva para algo, el paso que falta es aclarar qué es lo que realmente hace falta que este aprenda, mientras la madurez hace lo que buenamente puede.
PROCOPIO